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La llegada de Juana I a Bilbao se enmarca en el himno a la Señora de Vizcaya, un título heredado en 1504 que, en el libro Juana I, reina sonámbula, permite contemplar la capacidad liberadora de la Reina en los paisajes testimoniales, espejos de la lírica de Juana I en un mundo diverso alentado por la danza y la música; se redimen las características físicas y antropológicas que marcan la progresión del amor por la Naturaleza.
La manera de vivir en los sueños se impulsa desde la lectura de las cartas de Petrarca, insólitas vivencias que Juana I incorpora a las epístolas que llegan desde Bilbao.
Inmersos en el jardín abismal de Ruiz de Ocenda, Viki recibe a Juana I con las guirnaldas de la diosa Venus.
Desde Tordesillas, Juana I viaja a Vizcaya para emocionarse ante los panoramas de la verde tierra; entre la mirada exterior e interior, la belleza de los parajes está en función de la música y de la danza, ventanas que convierten el Río Duero en un Mar sin límites, abismo acuático interiorizado en los movimientos internos de la Reina.
Entre el descenso y el ascenso, la belleza del alma de la Reina se alimenta con los versos platónicos derivados de la poesía renacentista; al idealizar Vizcaya, la luz de Bilbao ilumina el libro sonámbulo.
La experiencia de la epopeya vasca llega desde la luminosidad interior de la Naturaleza, ante el paisaje del alma, alcanzamos, desde la fantasía y lo fantasmagórico, a nuestra Juana I junto a la madre Naturaleza, se refuerza lo esencial al adoptar la conciencia de la invisibilidad.
La belleza íntegra de Juana I con el paisaje la vinculamos a la pintura de Patinir; sus colores los abordamos desde las percepciones de las inmensidades de Gorbea, los azules y verdes crean un paisaje natural en la Reina, se fija la unión de la culminación del jardín de Tordesillas, cada flor explica el interior de Juana I.
El Azul Prusia procede de la reverberación de la atmósfera procedente de una Idea, las claves del paisaje simbólico de la Reina Sonámbula se unifican desde la comunión del paisaje de Gorbea con la Sierra de Gredos; Bilbao y Ávila determinan el interés lunático de la Naturaleza, los diálogos de los autores dan forma al diámetro de los sentimientos de Juana I.
Al rememorar a Teócrito con Virgilio, los autores llegan al universo de Leonardo, los nublados recreados por Erri se intercalan con la floresta de Eduardo, ambos, impetuosos, abordan la tormenta desproporcionada del fuego interno de Juana I, ambos escritores aman a la reina sonámbula.
Entre la sucesión de hechos verosímiles, afloran las fantasías de una poética irracionalidad suavizada por el reloj de Saturno, mito sempiterno en el manuscrito que, al tiempo, determina las danzas de Juana I en el palacio real de Tordesillas.
Entre contrastes de luz, la luna rasante determina el ballet ante el espejo oval, objeto simbólico convertido en crónica del tiempo en el palacio musical de Juana I.
En la mansión se escuchan los saltos de la Reina, aunque se interpretan equívocamente, la coreografía mantiene la estética expresionista del arte del Renacimiento Flamenco.
Entre la fábula pintada y la historia descrita, la mitología femenina genera una estructura antropológica delimitada por conceptos dramáticos que ayudan en la revolución del libro sonámbulo-musical.
Desde una nítida ruptura con los libros escritos sobre Juana I, la reina sonámbula se inscribe en una isla utópica; al distanciarse de la novela histórica, plantea una propuesta innovadora apoyada en la biografía warburiana, subgénero que, dentro de la historia del arte, exalta el poder de las imágenes, historias y alegorías que muestran las combinaciones de motivos y conceptos, contenidos apoyados en los Estudios sobre Iconología de Erwin Panofsky.
La escenografía visual de la obra Juana I, reina sonámbula (editada por Amarante), teje los paisajes y la arquitectura para llegar, aterrados, al sublime jardín negro presidido por Juana I vestida de Atenea. Se viste para interpretar a Julieta en el lienzo ejecutado por Vicente Palmaroli y González. La pintura se recrea en el espacio escénico teatral, una caja espacial que utiliza la divina proporción codificada en el Renacimiento italiano.
Juana-Julieta se desploma en el desenlace de la danza. La obra de Palmaroli, realizada entre 1884 y 1885, mira al Romanticismo uniéndolo a los movimientos simbolistas del siglo XIX, al tiempo, advertimos la estética prerrafaelita que impregna de viva melancolía el ideal estético del siglo XV en Italia. La belleza de Juana I, en trance, se sublima con los colores y texturas venecianas que se enriquece con la estética nazarí, que se apoya en el arte mudéjar para dar sentido a las creaciones de Juana I en el palacio de Tordesillas. Entre sus puestas en escena, destacan las decoraciones de las estancias en cada visita de Carlos V a Tordesillas. Juana I creaba auténticos programas iconográficos.
¡El viaje de Juana I eleva una trayectoria para ser coronados con cintas de laureles!
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