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El presidente y un paisano de Os Peares

Diego Jalón nos deja, como cada viernes, un artículo de opinión para TRIBUNA

El presidente y un paisano de Os Peares
Diego Jalón Barroso
Diego Jalón Barroso
Lectura estimada: 5 min.
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No me gustaría caer en el impúdico vicio de la auto cita, en el que Julián Marías era todo un maestro, pero llevo tiempo sosteniendo que lo mejor que podría haber hecho el presidente del Gobierno, tanto en estas elecciones como en las anteriores, las de mayo, si hubiese querido tener alguna opción de salvar los muebles, era borrarse de la campaña, tomarse unos días libres, recluirse en Las Marismillas o en algún otro de esos palacios que le pagamos todos, y hacer el menor acto de presencia posible. Sin ir más lejos, se lo recomendaba aquí, hace unos días.

Afortunadamente para Feijóo, no sólo no me ha hecho ningún caso, era de esperar, sino que se ha vuelto a lanzar, vistos los grandes resultados de las autonómicas y municipales, a una campaña exclusivamente centrada en su persona. Y así, nos ofrece en prime time el lamentable espectáculo antropofágico y canibalesco del político que primero se cocina en su propia salsa, que sale agria y desagradable al paladar, porque el ingrediente principal está podrido, y luego, se devora a sí mismo.

Sánchez lleva desde el 30 de mayo machacando con su discurso de cachorrito maltratado injustamente, porque su gestión ha sido sobresaliente. Bracea, pega golpes al aire, a la defensiva, demostrando el malestar de quien somatiza la ansiedad. Como toda España pudo ver en el debate, exagera y sobreactúa como un mal actor, tratando de arañar unos votos, entre gestos sarcásticos y carcajadas socarronas.

Y aunque ninguno de sus asesores se atreva a decírselo, la imagen que se revela es la de un tipo que ha perdido los papeles. Empezó el debate explicando que la economía española va como una moto, pero lo que todos vimos es que el que iba como una moto, sin silenciador y pasada de vueltas, era él.

"Por tercera vez le pido que atienda a los moderadores", le decía Vallés. Y el presidente era como la vida misma según Shakespeare, "un cuento contado por un idiota lleno de ira y de furia", mientras hablaba de una obra de Virginia Woolf, que al común de los votantes le importa un mojón, y de un túnel tenebroso construido por el PP y Vox, Vox y el PP, que son lo mismo y lo mismo son, como un enajenado disparando una metralleta.

Que si el 11-M, que si Rajoy y sus recortes..., pero ni un solo dato, ni un argumento para contrarrestar los gráficos de Feijóo o las acusaciones de ser el presidente que menos empleo ha creado y el que menos vivienda ha construido. El gallego le propuso un pacto, que firmó ante las cámaras, para que gobierne el candidato más votado. Y Sánchez, por toda respuesta, repetía lo de "dígaselo a Vara", al que la mitad de la audiencia tampoco conoce, pero admitía con su actitud que pretende gobernar aunque pierda, con quien sea y como sea.

Y luego va y le pide a Feijóo que condene el "que te vote Txapote". Feijóo le ofrece un pacto de Estado y Sánchez le responde con un meme. Le pide al líder del PP que condene un grito surgido del hartazgo popular, por primera vez en un cartelito pintado a mano en un mitin del presidente en el barrio sevillano de Pino Montano, que ya se corea en plazas y conciertos por toda España. Pero nunca exigió a sus aliados de Bildu que condenasen, de una vez por todas, los asesinatos de Txapote, antes de ponerse a negociar con ellos leyes y presupuestos.

Pasado el bochorno del lunes por la noche, tocaba intentar reducir daños, y lo que se les ha ocurrido a los genios que diseñan su campaña es decirnos que Sánchez es un inútil. O al menos un tipo incapaz de defenderse de las mentiras de Feijóo, como ahora repite el corifeo, cada vez más menguado, de los ministros inmunes al alipori que todavía no se han borrado de la campaña.

Sánchez es por lo visto, ahora, un tipo indefenso, una víctima del despiadado tahúr Feijóo, que miente con tanta pericia que no hay defensa posible, ni presidente con recursos ni argumentos suficientes, más allá del consabido "le niego la mayor", que sea capaz de refutarlo. Pobre Sánchez. "Le han engañado", repiten como loros los ministros forenses en su informe de la autopsia.

Eso y que Vallés y Pastor no fueron imparciales, que no estaban sentados en la misma mesa de los candidatos, que el formato cara a cara perjudicaba el presidente. Pues menos mal que no aceptó Feijóo los seis que le proponía Sánchez. El mago de la resistencia, el último superviviente, el feroz depredador sin escrúpulos ni principios, el rey de la tómbola electoral, con pisos para todos, trenes y cine gratis, bono joven y el perrito piloto, el hombre capaz de todo, hasta de pactar con los amigos de Txapote para asegurarse la presidencia, ha sido timado por el malvado Feijóo. Sorpresas te da la vida.

Nunca he creído que los debates electorales sirvan para gran cosa, excepto para engordar la facturación publicitaria de las cadenas que los emiten, pero en esta ocasión he de reconocer que ha sido muy útil. Sobre todo, para que los españoles pudiesen entender perfectamente lo que es el sanchismo: malas formas, ninguna concreción programática, malos modos con los constitucionalistas y amabilidad con los de Rufián y Txapote. Todo un veneno para la convivencia.

Por mucho que su fan número uno, el exalcalde Óscar Puente nos explique que lo que le pasa a Pedro es que "es un outsider y que el sistema no lo ha tolerado", los que no lo toleran son los españoles. Incluso cada vez menos los de su partido, donde ya andan buscando sustituto entre los pages, los lobatos, los barbones o hasta una Pilar que les pueda dar una alegría dentro de unos años.

En ese minuto final, que los siempre relamidos directivos de televisión llaman "de oro", pudimos ver a un gran presidente, sobradamente preparado, que farfullaba sobre "un túnel del tiempo tenebroso que vaya usted a saber dónde terminamos", cuya figura parecía derretirse a ojos vista ante las cámaras, como un Blob Monster de esas películas de terror de los años sesenta.

Enfrente, el paisano de Os Peares, un chico de aldea, "insolvente y mentiroso", que nos explicaba que quiere ser presidente sin contar con los extremos, "que saben bloquear, pero no saben gobernar ni gestionar". Que quiere un cambio político en España para acabar con cinco años de indecencia y despropósitos, cinco años de mentiras, manipulaciones y maldades, como con tanto acierto el propio Sánchez ha definido el sanchismo. Feijóo no miraba a la cámara, si no a algún técnico del plató que pasaba por allí, tal vez pensando que ese era ya el último votante al que le faltaba convencer.

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