Con la herida europea aún abierta, el equipo blanco tuvo que enfrentarse también a una atmósfera enrarecida. Ni siquiera las rotaciones masivas de Ernesto Valverde en el once bilbaíno animaron a un Madrid que mostraba una preocupante falta de chispa. Ancelotti intentó buscar soluciones en un once con Ceballos y Modric, pero nada parecía alterar la inercia gris de un equipo plano, salvado a ratos por el ímpetu de Vinícius.

Vinícius, señalado por la afición en jornadas previas, lo intentó con insistencia pero sin acierto. El Madrid, sin delantero centro puro, se encomendó a la movilidad de Bellingham, pero apenas generó peligro en una primera mitad insípida. Solo un remate de cabeza de Valverde en un córner sacudió tímidamente el letargo. El Athletic, por su parte, cómodo en su papel, cerró espacios y apenas generó dos intentos desviados de Guruzeta.

Todo cambió tras el descanso. Ancelotti removió el espíritu del equipo y el Madrid, obligado por la urgencia, apretó el acelerador. Aumentó la intensidad, pisó el área con más frecuencia y comenzó a acumular ocasiones. La entrada de Endrick dio más claridad al ataque, liberó a Bellingham y generó un vendaval ofensivo que encontró en Unai Simón a un muro. La más clara, un cabezazo del inglés a centro de Vinícius que exigió una estirada espectacular del meta rojiblanco.

Cuando la ansiedad amenazaba con tumbar la esperanza, Vinícius marcó el 1-0, pero el VAR lo anuló por fuera de juego de Endrick. El mazazo fue duro, como el fallo de Bellingham en el 90 a escasos metros de la portería. Pero el Madrid no se rindió. En el último suspiro, un rechace tras disparo de Brahim cayó en el pecho de Valverde, que sin pensarlo soltó un latigazo imparable a la escuadra para mantener vivo el sueño liguero.