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La mora del puente románico de Navaluenga

Juan Carlos Grande Gil

La mora del puente románico de Navaluenga
O.R.R
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Lectura estimada: 3 min.

El puente románico de Navaluenga se construyó a partir del 19 de febrero de 1542, a petición del regidor de Navaluenga. Según los archivos del Concejo, el 19 de febrero de 1542, Alonso Herrandes, vecino y regidor de Navaluenga informa al Concejo sobre la necesidad de hacer, en dicho lugar, un puente sobre el río. A la vez, pide que se le conceda un terreno propiedad del Concejo para arrendarlo y obtener los fondos necesarios para construirlo.

El Concejo del Burgo acuerda entregarles a los vecinos de Navaluenga la licencia para abrir el paso solicitado, además de las rentas de una tierra, que se detalla, para recaudar los fondos necesarios para poderlo levantar. De esta tierra, el Concejo señala "por sus justos límites los que van" desde el arroyo de Val de Bruna a dar en el río y a dar al huerto de Antón de Lloreynte y a la herren del dicho Alonso Herrandes y el Camino de los Molinos hasta dar en el molino de Nicolás de cara al río.

Está edificado con sillares de granito, unidos con argamasa. Su estilo arquitectónico, de trazas renacentistas, rememora la vieja escuela romana. El puente se distribuye sobre cinco gruesos apoyos que abren entre sí cuatro arcos de medio punto de diferentes tamaños, siendo el tercer arco el de mayor elevación con claras resonancias medievales.

Sus dos elegantes tajamares están edificados contracorriente en los apoyos intermedios, para disminuir el impacto de la fuerza del río en la base del puente y forman dos balcones de espera que facilitan el paso en ambas direcciones. Imita formas románicas.

Pero no destaca simplemente por su belleza, también lo hace por sus leyendas. Se dice que una doncella mora, tal vez princesa, tan enamorada estaba de las tierras de la otra margen del río Alberche que todos los días lo vadeaba a caballo en época en que el río lo permitía y en una balsa de troncos de árbol cuando este crecía.

Cierto día, abandonó como de costumbre el campamento que tenían instalado los moros en lo que hoy es el pueblo y se marchó a la otra margen, a la que ella consideraba el paraíso. Una tarde feliz estaba siendo aquella, que con el ansia de ver terminado el echarpe de colores tan vivos como los de la naturaleza apuraba su último ovillo. No apercibió que las sombras de la tarde habían hecho ya sus apariciones y que, en lo alto, la nieve con su brillo anunciaba el peligro de los lobos, cuando de pronto los aullidos sobrecogedores de una manada, la hizo salir del embeleso en que la había sumido su labor.

Apresuradamente, cogió su echarpe y su ovillo. Corría a la margen derecha del río en busca de su balsa, cuando de repente se vio rodeada por las fieras. Cuando la noche hacía casi imposible ver, se advirtió en el campamento la demora de lo joven doncella y una sacudida de intranquilidad, de tragedia, zigzagueó por el poblado.

Salieron en su busca con antorchas encendidas y al cabo de unas horas y con un carro de madera improvisaron una balsa para pasar al otro lado del río. Allí, donde estaba asida la balsa en que debía retornar la doncella, hallaron un diminuto ovillo. Siguieron su hebra y no muy lejos de ese lugar llegaron al lugar donde la infortunada mora había saciado el hambre de las fieras.

Meditando sobre lo ocurrido pensaron que de haber habido un puente unos metros más arriba, había tenido tiempo de llegar a la otra orilla y ponerse a salvo. Aquella misma noche acordaron la solución, construir el puente de Navaluenga. Los mayores contaban que en la noche de San Juan podía verse a una joven mora junto al puente, bañandose en las aguas del Alberche o peinándose a la puerta de la cueva que lleva su nombre, Cueva de la Mora.

Sobre el puente románico también recae un mágico encantamiento que se manifiesta en forma de toro a través de los sueños y aparece bramando a la medianoche entre una espesa niebla cada cien años, pero esta leyenda la dejaremos para otra ocasión.

La imaginación del escritor e historiador, García Zurdo, le llevó a decir que posiblemente la doncella mora de la leyenda fuese enterrada en una de las cepas o pilares del puente.