Puerta giratoria, la dama vestida de cristal

Por Eduardo Blázquez Mateos-URJC

imagen
Puerta giratoria, la dama vestida de cristal
O.R.R
O.R.R
Lectura estimada: 4 min.

Dedicado a Errikarta Rodríguez, amigo de eterna belleza.

Antonio de Guezala se constituye en insigne escenógrafo, en consonancia con la arquitectura fílmica del expresionismo; el edificio pintado y deconstruido deriva de los ideales del Futurismo, movimiento interminable que acelera la mente del espectador emocional, la visión está dentro de una metáfora de pasiones por las artes escénicas y por el folklore vasco que, dentro de una inseparable alegoría, unifica géneros de la pinturas para reinventar la película pintada sobre las celebraciones en el Hotel Carlton de Bilbao.

Se rindió culto a Adolfo Guiard. En el atrio del Hotel, convertido en escenario circense, se emuló la poética de los Ballets Rusos de Diaghilev, Guezala aportó el vestuario vitalista y vanguardista de derivación rusa; mientras, Alejandro de la Sota ideó la transgresora pantomima.

'La puerta giratoria o retrato de Begoña de la sota' (1927), obra maestra que deslumbra en el Museo de Bellas Artes de Bilbao, unifica espacio y personaje para hipnotizar la mirada ante la obra de arte total.

Entre concavidades y convexidades, se construye, desde el lienzo, una imponente escenografía que, desde el sublime ocultamiento, nos sumerge en el aeroplano de la espiral representativa de una expansión eterna, en su cíclica fantasía acristalada, en una duración apelmazada entre espejos de ángulos inscritos, se llega a la enigmática Begoña.

Sin límites, Guezala se alía en la obra al cubismo sintético para interrelacionar el alma con la belleza; las fusiones establecidas de las tradiciones vascas con las vanguardias, expresan una hibridación insólita que ilustra la sugerencia de una estilización que, convertida en maqueta efímera, hechizará al evocar universo de máquinas arquitectónicas de Busby Berkeley en 1933, delirios representados en escaleras y tartas giratorias elevadas por el montaje alegórico de los artistas de la vanguardia rusa.

La puerta giratoria, enmarcada en la iconografía de lugar y de tiempo, es la puerta de Eros, arquitectura y deseo consolidan la compleja soledad de Begoña, un tránsito solitario, una feroz creación vivida en la morada giratoria determinada por el simbolismo de la infinitud ovidiana.

Desde "el punto de vista bajo" de la perspectiva oblicua, se refuerza el deambular de un eje axial fuera de la norma clásica, se eleva a Begoña en una nueva hornacina elaborada para una diosa ancestral inscrita en la mitología vasca.

La transformación ritual potencia el combate entre la Aurora y el Crepúsculo, para desaparecer, a la manera de los escapismos de los magos de escena, hacia la dimensión poliédrica que asume el virtuosismo del relato de la arquitectura que, en su complejidad visual, da sentido a la alegoría basada en un elemento espacial constituido en facetas acristaladas entre manchas futuristas y colores neoimpresionistas que vibran como los árboles de Monet, un punto de partida para llegar a las escenografía de La Bauhaus.

La compleja obra, amada por Carlos Saura, aporta la certeza de un dinamismo que será la sensación de un movimiento en transcurso hacia la inmediatez del himno femenino; vinculado a la unión de la mujer con la puerta de espejos en movimientos anamórficos, aflora la capacidad para velar las deformaciones instantáneas multiplicadas en vanos que, con la singularidad futurista, quedará traducida en el panegírico a la atmósfera.

El alma pura se cristaliza en los pigmentos vibrantes, las veladuras futuristas emergen entre colores con altas texturas proyectadas entre pinceladas amplias e impetuosas agitadas por diagonales. La mirada se centra en los verdes, un color alegórico que emana desde la luz de la semiótica del vestuario de Begoña, dama noctámbula en su sonambulismo, mujer radiante gracias a la luz y el color antropológico.

Tanto la musicalidad de las líneas y los pliegues del traje verde, como las futuristas inclusiones, en sus planteamientos activos, llevan a una deconstruida materialidad. Begoña se identifica con la luz de la iconografía de la bombilla (imagen de Progreso), reforzada por la lectura iconológica del reino solar, se desplaza la oscuridad para mostrar el universo de la Luz.

En este espacio de laberintos de luces cruzadas en acción ilimitada, se presentan coincidencias con el Rayonismo; entre ejercicios de percepción visual, la rítmica de las líneas convergentes y divergentes, que convierten la puerta en un espacio plateado en su tendencia abstracta, la visión lleva al pensamiento de Apollinaire.

Entre la diversidad de puntos de vista, las fragmentaciones de algunos fotogramas de Laszlo Moholy-Nagy dialogan con la obra de Guezala, para fermentar las profundidades de una aventura creativa entrelazada a concepciones diseñadas en los Ballets Rusos, como en las obras de Matisse y de Lariónov, de Eileen Mayo y Picasso, de Miró en el ballet dedicado a Romeo y Julieta.

Desde un dinamismo concatenado al concepto del Tiempo en movimiento de Henri Bergson, la esencia de la duración acristalada que rodea la aureola de la celosía azulada en los infinitos óculos de Guezala, se asciende hacia el director escénico del grupo de folklore vasco Eresoinka.

La dama vestida de verde aporta el tránsito a Berlín Sinfonía de una Ciudad de Walter Ruttmann, película de 1927 sobre la melancólica urbe alemana. Las yuxtaposiciones se concatenan en un ensamblaje resuelto desde el montaje de atracciones soviético.

El objeto poetizado tiene una relevancia innata en cada collage cubista. En esta pintura destaca la Txapela, a la manera del tocado imperante desde el Renacimiento Vasco. Se define la estética alegórica del abstracto retrato de Begoña, dama vestida con cristal verde.

0 Comentarios

* Los comentarios sin iniciar sesión estarán a la espera de aprobación
Mobile App
X

Descarga la app de Grupo Tribuna

y estarás más cerca de toda nuestra actualidad.

Mobile App