Tenemos una juventud que merece mucho la pena, son oro. Y no, no todos los jóvenes son de botellón, borrachera y postureo. Y para muestra, en estos días hemos visto:
Durante la reciente vacunación los hemos visto ir a vacunarse, esperar colas de dos horas, con calor sofocante, y estar sin rechistar, con una actitud modélica que algún adulto podría copiar.
Estas olimpiadas nos han mostrado adolescentes de 17 y 18 años que han ganado medallas fruto de esfuerzo y sacrificio durante muchos años y que, además, son cumplidores con sus estudios, y según sus padres, hijos modélicos.
Y otros que no han conseguido medalla también son personas entregadas y comprometidas.
No sólo en el deporte los encontramos. En la música por ejemplo tenemos jóvenes que sacrifican su tiempo dedicando numerosas horas a su ilusión, incluso en verano y a costa de su tiempo de ocio.
Yo, como docente y como padre, veo que la mayoría son jóvenes educados, comprometidos, responsables con sus estudios, y preocupados por su familia y la sociedad. Respetuosos, sí comportándose como adolescentes en muchas ocasiones, faltaría más. Son personas, no robots.
Lo que pasa es que este grupo mayoritario, no hace ruido, no se bebe ni se fuma, y pasa desapercibido.
Es como si juzgásemos a la sociedad, por los tríos lalala que salen en los programas de la farándula, ¿a qué no todos somos así de frívolos?
Son un lujo para la sociedad. Así que ¡no demonicemos a nuestros jóvenes! ¡Qué todos no son iguales!