En un lugar de La Mancha es imposible no acordarse de un nombre. En Manzanares, en el imaginario colectivo todavía hoy resuenan cinco campanadas de un reloj, huecas y cavernosas, tañendo una oscura sentencia de muerte. "A las cinco de la tarde. / Eran las cinco en punto de la tarde". Los Evangelios afirman: "¿Quién de vosotros, por mucho que se preocupe, puede añadir una sola hora al curso de su vida?". Aquel asfixiante día de agosto de 1934 el torero sevillano Ignacio Sánchez Mejías no pudo prolongarlo más allá de las cinco de la tarde.
Y, sin embargo, el mito de Sánchez Mejías no moría con su cuerpo corneado por un toro en la plaza de Manzanares: quedaba latiendo en la memoria para siempre. Vivía y revivía, aferrado a una maravillosa elegía que Federico García Lorca escribió para él en apenas tres meses. Pero Sánchez Mejías fue un personaje tan atípico como fascinante, que, incluso sin la existencia de esos versos lorquianos, merecería ser recordado por sí mismo y sus propios méritos, no solo dentro de la tauromaquia, sino como figura del mundo de la cultura en sentido amplio.
A pesar de que su padre, médico, insistía en que Ignacio siguiese sus pasos, el joven, lleno de sueños, se escapó de casa con 17 años, sin terminar las Enseñanzas Medias, y se embarcó hacia México, donde comenzó a dar sus primeros pasos en el mundo de los toros. Su toreo se mostró proclive a asumir muchos riesgos, y la primera cornada de importancia la sufriría en Sevilla, en 1914. Inmune a la indiferencia de los demás, le siguen muchos admiradores, pero también concita a muchos detractores. Uno de los motivos fue alzarse con la presidencia de la Asociación de Matadores de Toros y de Novillos, desde la que reivindicó mayor sueldo para ellos; y otro, sin duda, que redactase crónicas taurinas (incluso de sus propias corridas) y columnas de opinión en el periódico sevillano La Unión, consiguiendo suscitar más de una polémica por su valentía al definirse.
Pero el sesgo literario del diestro era tan marcado, que no encuentra parangón. No en vano, en la única novela escrita por Sánchez Mejías, La amargura del triunfo (1925), editada en 2009 por Andrés Amorós, el personaje de Mariano Ayarza, alter ego de la faceta literaria del creador, conversa con el de José Antonio, el reflejo autorial que encarna su aspecto como torero. En 1927, Sánchez Mejías fue determinante en el surgimiento de la llamada Generación del 27, la Edad de Plata de nuestra literatura, participando como anfitrión en su cortijo de Pino Montano y ayudando a sufragar la célebre reunión en el Ateneo de Sevilla de los poetas españoles más relevantes de ese momento (Lorca, Alberti, Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Pedro Salinas, Jorge Guillén?) en unas jornadas literarias que rendían homenaje a Góngora en el tercer centenario de su muerte. Rafael Alberti lo recordaría así: "Ignacio nos metió a todos en un tren y nos llevó a Sevilla".
Ese año, Sánchez Mejías escribe su primera obra teatral, Sinrazón, que se estrena con éxito al año siguiente. En 1928 vería la luz su segunda obra dramática, Zaya, y más tarde otras dos que no llegarían a publicarse ni a representarse, Ni más ni menos y Soledad. En 1929 decide acabar el Bachillerato. Y llega a ser presidente del Real Betis Balompié y de la Cruz Roja sevillana. Una figura polifacética, vital, seductora, inquieta y curiosa, llena de matices difícilmente clasificables.
Y por este hombre irrepetible, Federico García Lorca escribió una de las elegías más bellas que se han plasmado nunca en nuestra lengua española: "Llanto por Ignacio Sánchez Mejías" (1935), dedicada a su amigo, conmocionado por el dolor que le produjo su muerte el 13 de agosto de 1934 en Madrid, como consecuencia de la gangrena gaseosa que le ocasionó en el muslo derecho una cornada del toro 'Granadino', de la ganadería de Ricardo y Demetrio Ayala, recibida dos días antes en la plaza de toros de Manzanares, Ciudad Real. El proceso letal de la cornada y posterior gangrena lo recoge Federico lírica y descarnadamente en los versos del célebre poema: "Y un muslo con un asta desolada / a las cinco de la tarde / (...) La muerte puso huevos en la herida / a las cinco de la tarde / (...) a lo lejos ya viene la gangrena / a las cinco de la tarde / trompa de lirio por las verdes ingles / a las cinco de la tarde". Con esta obra elegíaca, García Lorca convertiría a Ignacio Sánchez Mejías en un icono literario para la posteridad, confiriéndole, letra a letra, los peldaños para ascender a la inmortalidad.
La inmensidad creativa de García Lorca ha restado atención a otras obras maestras que también lloraron la muerte del diestro sevillano. Así, Rafael Alberti escribió "Verte y no verte - A Ignacio Sánchez Mejías. Elegía", en la que el poeta describe al toro como "Nostálgico de un hombre con espada, / de sangre femoral y de gangrena" y alude a "la sangre de tu muerte en Manzanares". En 'Citación fatal', Miguel Hernández se duele de la pérdida: "Salió la muerte astada"; "Quisiera yo, Mejías, / a quien el hueso y cuerno / ha hecho estatua, callado, paz, eterno, / esperar y mirar, cual tú solías, / a la muerte: ¡de cara!"; "Estoy queriendo, y temo la cornada / de tu momento, muerte". Del mismo modo, Gerardo Diego vierte su lamento en 'Presencia de Ignacio Sánchez Mejías': "Que no, que yo quiero verte / libre del cuerno que ensarta".
Como siempre que se analiza a posteriori una tragedia, los elementos que conducen a ella se enseñorean del relato, jalonan de amenazas previas un suceso que, al evocarlo, deja el regusto amargo de sonar evitable. En el teatro griego clásico, el coro habría tenido multitud de ocasiones de intervenir ante un auditorio con el alma arrugada de expectación.
Tras un tiempo retirado, a sus 43 años Ignacio Sánchez Mejías había vuelto a los ruedos sin estar en plena forma en 1934, cuando a ojos de todos parecía que se iba a dedicar definitivamente a su faceta literaria, cultural y artística. El diestro había toreado en La Coruña el día anterior, 6 de agosto de 1934, y estaba viajando a Madrid acompañado de Eduardo Palacio, crítico de ABC, cuando en la estación de Lugo coincidió con Domingo Ortega, que acababa de sufrir un accidente de automóvil y pidió a Ignacio Sánchez Mejías que lo sustituyera en Manzanares el sábado 11 de agosto. El torero, aunque tenía varios compromisos taurinos en lugares lejanos los días aledaños, era de natural generoso y aceptó hacerse cargo de la corrida, según Eduardo Palacio, por "hacer el favor a un compañero", aunque eso le supuso ir a Manzanares sin su cuadrilla.
Como en una impactante cinta cinematográfica, el ABC del martes 14 de agosto de 1934 reflejó el malhadado trance: Ignacio Sánchez Mejías sufrió una cornada durante la lidia del primer toro. Dio un primer pase y al querer dar el segundo, el animal le propició un pitonazo en la pierna izquierda y un palotazo en el pecho, revolviéndose y empitonándole por la pierna derecha. El torero se agarró a las astas, logrando desasirse del cuerno y cayendo al suelo; en un supremo esfuerzo, consiguió levantarse echando mano a la herida de la que brotaba abundante sangre y dijo a su mozo de espadas: "Conde, esto ha terminado". ABC reprodujo también la lacerante objetividad del parte médico: "herida penetrante en la región antero-interna del muslo derecho, de dirección ascendente, y de unos 12 centímetros de profundidad. El pronóstico es grave". La operación de cura fue "larga y dolorosa, y para la que hubo necesidad de aplicar varias inyecciones al diestro para reanimarle, ya que la pérdida de sangre había sido grandísima" y había sufrido dos colapsos. Sánchez Mejías fue trasladado a Madrid en ambulancia, llegando el domingo al sanatorio del doctor Crespo.
Esa jornada la pasó con fiebre alta. Recibió a las ocho de la tarde una transfusión de Pepe Bienvenida, "elegido por su fuerte complexión y juventud", cuantificada curiosamente por ABC en 200 "gramos" de sangre. En la noche del domingo, el doctor Segovia facilitó otro parte médico: "En la mañana de hoy ha sido intervenido operatoriamente el diestro Ignacio Sánchez Mejías, que sufre una herida por asta de toro en la cara interna, tercio superior, del muslo derecho (...). Debido a la intensa hemorragia y a los grandes desgarros musculares, son de temer complicaciones infectivas graves". En sus últimas horas, fue "víctima de una gran agitación nerviosa" y "empezó a desvariar", según el rotativo. En la mañana del lunes, en estado agónico, se permitió a su esposa e hija venidas desde Sevilla entrar a darle un último beso. Murió a las 9.45 horas.
Ignacio Sánchez Mejías reposa en el cementerio de San Fernando en Sevilla, bajo el bellísimo monumento funerario de bronce y mármol de Carrara, de 2,35 m. de alto, que él mismo junto a su familia había encargado años antes al genial escultor valenciano Mariano Benlliure, en memoria del cuñado de Ignacio, José Gómez Ortega, Joselito 'El Gallo'. Joselito había sido muerto por el toro 'Bailador', de la ganadería Viuda de Ortega, en la plaza de toros de Talavera de la Reina (Toledo) el 16 de mayo de 1920, a los 25 años de edad, ante los ojos de Ignacio Sánchez Mejías, que compartía cartel con él, y al que le correspondió acabar la faena de 'El Gallo' y matar al toro 'Bailador'. Ignacio mandaría disecar la cabeza del animal para conservarla.
El propio Sánchez Mejías aparece representado en la escultura de Benlliure junto con otras 17 figuras, muchas de ellas reconocibles pues sus rasgos fueron tomados de auténticos retratos, llevando el féretro de su cuñado y mirando al cielo. Sánchez Mejías se había casado en Sevilla el 27 de septiembre de 1915 con Dolores (Lola), una de las tres hermanas de Joselito, y éste le había dado la alternativa en 1919. El matrimonio tuvo dos hijos: José Ignacio (también torero) y María Teresa.
En la localidad donde el espada sufrió la cogida que le arrebataría de este mundo, Manzanares, el Ayuntamiento ha abierto al público en 2018 un Archivo-Museo en la llamada 'Casa Malpica', que guarda su colección particular, única, cedida al municipio por su familia, haciendo realidad el sueño del Círculo Cultural Taurino Ignacio Sánchez Mejías, fundado allí en 1963: artículos de prensa, cartas, carteles, fotografías, grabaciones, portadas de libros, objetos personales... para descubrir al ser humano detrás de la magna obra lorquiana. El edificio también alberga el Museo del Queso Manchego y la Colección de Arte municipal.
El espacio expositivo se desarrolla a lo largo del 'Llanto por Ignacio Sánchez Mejías': por ello, en el patio de columnas del museo que puebla la casa solariega, reciben al visitante, elocuentes en su mudez, innumerables esferas de reloj con agujas que se han detenido en las cinco de la tarde. Tantas, como veces se repiten esas palabras en la elegía de García Lorca, como una música de pesadilla, remachando con su ritmo angustioso: "A las cinco de la tarde. / ¡Ay qué terribles cinco de la tarde! / ¡Eran las cinco en todos los relojes!". Y es que la muerte, por matar, mató hasta el tiempo.
Sin embargo, Ignacio rebosa vida, vive mil y una veces en el museo: fotografías y cartas lo ligan a grandes personalidades coetáneas, manuscritos presentan las entretelas de su pensamiento, imágenes revelan su talento y sus pasiones: aparece como piloto de coches y jinete, como actor y jugador de polo, como aviador y en zepelín, boxeando y esquiando en Suiza, jugando al fútbol en La Maestranza sevillana y construyendo con Joselito 'El Gallo' la plaza de toros de su cortijo.
Mientras tanto, en Manzanares nadie pregunta la hora. De sobra la llevan todos clavada en el alma, como un veredicto: "Lo demás era muerte y sólo muerte / A las cinco de la tarde".
Fotografías: Gabriela Torregrosa.