La semana pasada traté el tema de la desigualdad socioeconómica frente a las garantías sanitarias que se ofrecen. La igualdad de oportunidades y derechos solamente es texto plasmado en papel, pero carece de realidad cuando llega la aplicación práctica. Y esto no es un problema legal sino social. ¿Estamos privando a los demás de los derechos que queremos para nosotros?
Continuando con las comparaciones odiosas, Meloni llegó al poder en Italia garantizando lo mismo que el partido con nombre de diccionario promete en España. Lo más particular de sus medidas populares (y paralelamente populistas) es que no ha cumplido casi ninguna y matizó sus propios mensajes nada más tomar posesión de la presidencia, como era esperable. El discurso de Trump cala fácil, pero ejecutarlo es casi imposible. Eso sí, como buen trilero, siempre tiene una excusa y sus seguidores que son fanáticos, la creen aunque incluya unicornios voladores.
Cada vez que se recoge del mar a los ocupantes de una embarcación, es realmente necesario matizar el país de origen y estatus económico de los mismos. No se trata igual al turista adinerado que al pobre que quiere buscar una nueva vida. Hasta tal punto hemos retrocedido como sociedad que se ataca a quien les ayuda para generar odio, desincentivar su labor, desacreditar sus motivaciones con bulos y atacarlos a nivel personal. Recientemente se ha impedido llevar a tierra a los náufragos pobres, tildando de mafia y traficantes de personas a los rescatistas.
En el Mediterráneo, aquel en el que nació Serrat, aparecen persistentemente barcas o lanchas sobrepasadas de aforo que carecen de calidad y medidas de seguridad. De aquí se entiende que su final esperable es acabar naufragando, pero asumen el riesgo. Lo peor no es que ignoremos ese posible final sino que hay quien lo desea con el famoso pretexto: "Vienen a quitarnos los puestos de trabajo". Algo fácilmente refutable, porque si alguien sin estudios, sin capacitación y sin conocer el idioma te quita el trabajo, quiere decir que trabajas muy mal.
¿Pero qué pasaría si quienes acaban bajo el mar son extranjeros con tarjetas de crédito cuando buscaban su viaje soñado al Titanic? Ya no hablaríamos con datos falsos y con los bulos de ilegales, de mafias, de los que vienen a delinquir y del dinero que nos cuestan. En este punto florecen las poesías sobre turistas llenos de adrenalina que se enfrentan a aventuras, todo adornado como si se tratara de una película infantil. Los pasajeros del Titán han sido noticia diaria, con costes escatológicos, haciendo publicidad de sus empresas, con entrevistas a ingenieros para que nos aporten detalles, etc.
Y si no es necesario odiar a quien viene en cayuco, tampoco lo es con el opuesto, el que se sumerge para ver las ruinas del Titanic. El deseo de muerte por ser económicamente ricos es igual de inmoral y solamente incentiva más la discriminación, aunque sí es cierto aquello de que el operativo debería costearlo su seguro. Quienes pondrían todo el empeño de su vida en la búsqueda parecen herederos de la fortuna, algo bastante made in Spain. Es habitual observar a la clase media-baja española defendiendo, incluso, el fraude fiscal del multimillonario al que envidian.
Esta discriminación por causas monetarias se deba a dos factores principales: El primero, que la gente cree tener más dinero del que realmente posee. Se puede ver cuando, los mileuristas, protestan por los impuestos a las grandes fortunas o por el tramo del IRPF del 47%, a pesar de que su tramo nunca supera el 20. Y el segundo factor es igual de imaginario. Consiste en no creer que un día pueda ser uno mismo el que acabe en situación de desesperanza. Y esto es absurdo porque prácticamente todos conocemos a alguien que, en un momento de su vida, ha estado totalmente ahogado. Incluso es posible que siga en la misma situación, aunque no lo sepamos.
Para terminar, solamente quedaría una última reflexión. Siempre se dice que el 90% de los recursos está en manos del 10% de la población, pero el 90% de la población se tiene que conformar compartiendo el 10% de los recursos. La cifra no sea exacta, pero su utilidad es representar que no existen las mismas oportunidades para todos y que, aunque no lo creamos, no pertenecemos al exclusivo 10% de la población.
La salud no puede estar en manos de unos pocos mientras se le priva al resto. No puede morir gente y quedar impasivos mientras se destina cualquier recurso, cueste lo que cueste, para otro. No es lógico que millones de personas defiendan que es ley de vida cuando se encuentran en buena situación, los mismos que al mínimo problema exigen soluciones. No es ético ni existe argumento para clasificar la protección de la salud según el nivel socioeconómico.