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A Esther Merino-Mann.
Por Eduardo Blázquez Mateos.
Ícaro es el reflejo del ideal de Belleza de Thomas Mann.
Ícaro está en el espejo anamórfico de Tadzio.
Xabi se viste de Ícaro para acompañar a Dédalo-Errikarta, ambos vuelan sobre el laberinto acuático construido para almacenar las almas salvajes.
En el interior del laberinto de Zarauz, el trono lo ocupa un Cíclope engalanado con las sedas blancas de Ariadna.
El bello Xabi, como Orquide, advierte el dolor de éxtasis en suspensión, aplasta su belleza idealizada para saborear al sol apolíneo, logra dorarse la piel con el aroma y la textura del éxtasis.
El mar monstruoso se eleva, se sublima la ciudad de Venecia, se permite a Xabi evaporarse en la isla de cristal.
La espesura de la fragua le recuerda a su mar Vasco, su mágica comarca de Urola.
¿Bajo el cielo ardiente, se conforman los deseos y las inclinaciones que definen el éxtasis?
Bajo la lluvia de pétalos, se pierde la fuerza de las alas de cera, se conforma un círculo sobre la cabeza de Xabi, se entrelazan las cimas de Gorbea, aposentos primigenios de su padre Dédalo.
Al aplazar su ascenso, para observar la tenacidad de Dédalo, constata la excelsa maestría de padre que ha creado un jardín en su pecho, una expresión de una ansiada aventura de juventud apolínea que, desde el prisma punzante, cubre con el musgo elaborado por las ballenas de su pueblo.
La belleza de Xabi-Tadzio-Ícaro se revela en los espejos del laberinto, se presenta en Xabi, poco a poco, la dualidad del espíritu.
Ícaro cultiva su jardín de orquídeas en el laberinto, bajo la arena rojiza se organizan las semillas procedentes de las grutas celestes.
Xabi mira al cielo, está en Venecia, recorre las cúpulas entre trayectorias circulares, observa las aguas como espejos, extrañas visiones bañadas de ceniza.
Xabi flotaba en el infinito, para redimir la melancolía acompasa por las campanadas de los templos blancos. Todo era blanco.
Deslumbrado por el sol veneciano, Xabi desembarca en la góndola negra para visitar la isla de Murano; en un viaje silencioso, llega al embarcadero lleno de flores, inundado de fragancias.
Al adentrase en tierra, su cabellera rubia está manchada por polen blanco. Todo es blanco.
Suavemente, se tumba sobre los ramos de caléndulas para enumerar las nubes pintadas por Tiépolo, una llamada del deseo de saltar, de volar.
¡Llorar para volar!
La visión del cielo abierto, llena de energía su pensamiento aéreo y blanco.
Xabi, agitado por Eros, se cubrió con el manto de Thánatos; durmió para vivir el sueño negativo del dolor que, desde su soledad, potenció la belleza apolínea de su cuerpo transformada en un paisaje de ramas secas, retorcidas sobre las raíces extremas esculpidas por la luz blanca.
Xabi, aromatizado por las especias orientales, observó las nubes para poder tejer con precesión el velo alado del contemplador; en su eternidad creadora, heredada de su padre, construía con cera las burbujas de jabón.
¡Transitoriedad angelical!
¿Cómo velar o quemar el Tiempo?
En su soledad, en su monólogo, Xabi levantó la cortina del cielo para rodearse de Verdad, de Luz.
Al instalar las alas de cera, impregnó su rostro con esencias florales.
El Sol y la Luna se cruzaron para ver el vuelo de Tadzio.
Ícaro inició su vuelo, al tiempo, rompió sus cadenas tejidas entre desvelos florales.
Mientras se escuchaban los sonidos de los madrigales en flor, las dos alas mostraban su simbolismo estacional.
Saturno se desplazó en diagonal.
El mar veneciano se preparaba para la caída de la antorcha.
El mar reposaba para construir el lecho invadido por la indolencia de la Belleza.
En éxtasis, Xabi llenaba las nubes con el perfume de las emanaciones de luz y color, se transpiraba la fantasía de la transformación de Ícaro en orquídeas negras.
¡Blanco eterno!
EL VUELO DE ÍCARO, de Errikarta Rodríguez.
Xabi, Ícaro tumbado sobre la arena caliente de la playa viste su desnudez con ramos de peonías, piel blanca y joven sobre pétalos de seda fina que colorean su piel inexperta, contemplador contemplado que vive en un mundo de armonía, ausente desgrana las horas mirando a un cielo infinito en el que sueña con volar junto a su padre, mano a mano han recorrido tantos caminos de piedras afiladas que han destrozado sus pies, caminos de espinas que laceran sus almas convirtiéndolos en seres etéreos que, dejando sus cuerpos al dolor, se evaden recorriendo paraísos inmensos, solos padre e hijo.
Xabi, sentado junto a la ventana, cierra sus ojos y, mecido por los pétalos blancos de las orquídeas, deja brotar sus sentimientos, añoranzas de un niño que siempre fue querido, de una familia a la antigua usanza que le enseñó valores y respeto, de unos abuelos que siempre supieron quién era, de una tía protectora que siempre velaba por su seguridad, alma errante que vaga libre en un mundo que se despedaza a sus pies. ¿Cómo vivir aquí?
Dédalo cuidadoso abre sus alas blancas y, arropando tiernamente a su hijo, lo salva de un tormento seguro. ¿Cómo no amar a un padre protector? ¿Cómo no sentir la sangre que corre por sus venas? Pura sangre alada, de las que heredó todas las cualidades y el valor. Hoy despierto, hoy se quién soy, abro mis alas nuevas y alzo el vuelo, ser libre y puro que nunca caerá, hombre nuevo y soñador, hoy comienza tu camino en soledad, camino de pétalos que su padre colocó bajo sus pies, camino de amor y de esperanza. ¡Buena suerte, hijo mío! Vuelve pronto?.
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