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Desde el desierto, la búsqueda de la flor en éxtasis permite explorar la huella del deseo, una emoción vehemente de la transformación pétrea; anhelo de un viaje interior desde los labios en flor, que llevan hacia combinaciones cercanas a la entrada del intercambio de cápsulas de arena guardadas por Saturno.
¡Piel en flor!
Las olas del desierto irrumpen en el cuerpo para tonificar la armadura de bronce, atuendo del dios Marte asociado a las fraguas de Gorbea, lugar sublime generador de la belleza solar; el desierto, bañado de pigmentos dorados, inconfundibles, marcan el paisaje prehistórico en el cuerpo de Dédalo, enlutado por Ícaro, entre anotaciones de movimientos alterados, se baña entre flujos y formas del viento.
¡Inercia e intensidad!
La fuerza, tras la caída, introduce la energía solar en las calidades de la piel, texturas superpuestas por pigmentos de arena y pan de oro, capas que han aportado pétalos procedentes desde la Luna de Margarita de Pina Bausch.
¡Ardor/Poto, personificación del deseo amoroso en éxtasis, duelo para los herederos de Céfiro!
¡Lluvia de oro sobre el sueño de Dédalo!
El escenario se transforma en una visión fantasmagórica, invocada desde los monstruos sobrenaturales de la Ciencia Ficción; se adentra a Dédalo en el vuelo, se eleva para marcar la senda del camino por el mar de dunas blancas.
El viento de Gorbea llega al desierto para auxiliar a Dédalo.
Al aspirar la infinitud del desierto, para acompañar al Totem, emerge el tabú del sueño de Hermes.
¿Cómo hacer vivir las flores del desierto rojo?
Cada lágrima de Dédalo aportaba la fortaleza de las huellas megalómanas, erosiones reconstruidas desde lo aéreo; la cicatriz del talón determinó una revisión de la vertical del mito, abatido por el carruaje en llamas, asume el aleteo de las mariposas sosegadas; la transgresión en el más allá, alumbra el manto de palmeras de Dédalo que, entretejido de piedras, asume la soledad desde la libertad, es un ser infinito.
El espejismo altera el delirio de Dédalo, sus interacciones olfativas, aromas de flores, reconocen el cuerpo alado de Errikarta; se ejecuta el ciclo polinizador del desierto, potencialmente en flor, será salteado con polen sembrado alrededor del sol de Apolo.
Dédalo adquiere la fuerza del viento del cielo protector empedrado por Paul Bowles, terreno despejado por la poética corporal inundada de plantaciones inéditas, semillas procedentes de Ítaka para alimentar al lobo del desierto, animal ajardinado con verdor renovado por el musgo de los túneles de Gorbea, criptas cultivadas con brotes de jacintos para renovar el desierto en flor.
El cuerpo en vertical de Errikarta-Dédalo, transformado en sombrío árbol de Friedrich, busca el cobertizo del lobo blanco para celebrar los aquelarres de fertilidad desde la sexualidad blanca del ritual de la vacuidad del ideal budista.
Dédalo, desnudo sobre el desierto, se adentra en el vientre del gran Cíclope.
La irrealidad de la ficción aflora en la experiencia sensual del mundo irreal; el deseo purificado, presidido por la iconografía de lo pétreo, glorifica el cuerpo esculpido, invertido en las aguas invisibles de la piel; las escamas, que enfatizan la vertical del cuerpo herido por las fuertes y firmes huellas, encuadran y definen el camino al más allá, eje axial que sustenta los recodos ilustrados por los pigmentos de la armadura del dios romano Marte, la suciedad arenosa va unida al sfumato, generador de las atmósferas narrativas; el desnudo del alma, desde la iconografía de la espalda procreadora, ensalza un cuerpo tallado como un tótem esculpido por las náyades del oasis.
Dédalo avanza con determinación, la firmeza sobrenatural del cuerpo se baña con aceite solar; los músculos firmes beben de la alquimia. El cuerpo está en acción.
Los nutrientes de la piel de Dédalo mejoran su crecimiento, su viaje edénico.
El camino al Otromundo, se afianza en su verticalidad desde las raíces; al tiempo, se diluyen los aceites al vapor, la consistencia del cuerpo se afianza en los tallos de las nalgas; al incluir el abono de las semillas del éxtasis, entre las temperaturas elevadas, se canaliza la iconografía de un cuerpo puro convertido en fuente de placer convertido en flor.
¡Se redistribuyen en interior los vergeles románticos!
Los arriates del interior se deshacen, la piel oscura y fértil produce un placer primigenio revelado en el cielo del ciclo regenerador. El desierto está vivo en las palpitaciones del cuerpo misterioso.
¡Hombre de piedra!
¡Cíclope con raíces que copulan con la espuma del desierto!
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