Se ha aprobado este sábado en su asamblea general celebrada en Santiago de Compostela
Primeros lectores
Blog La Sombra del Ciprés
Por Adela María Jiménez Resina
En los días en los que la apertura de curso está reciente como un pan recién horneado y en los que, salvando los inicios del ciclo político, sus participantes se rodean de recuerdos estivales y de un halo tierno de ganas y pereza, puede que, en dosis iguales, puede que pase inadvertido un suceso que, desde el mismo instante de su inicio, cambia nuestras vidas.
La cuestión es que más allá de esa triada de intención, memoria y acomodamiento veraniego, lo cierto es que nos detenemos poco en la importancia de los inicios, de los descubrimientos, de los aprendizajes?o del significado mismo.
Hablar desde la perspectiva adulta de ?suceso mágico? cuando ocurren procesos cerebrales y relaciones neuronales, y además intermedia un aprendizaje puede sonar un tanto iluso o ingenuo e inocente, pero, verdaderamente para ellos, los primeros lectores, los inicios de y en la lectura, suponen un hito casi, casi mágico.
No hablamos de esa magia de los ilusionistas hábiles con sus manos, esa que nos embelesa con objetos que aparecen y desaparecen o que cambian de color, o bien retoman su forma después de haber sido destruidos parcial o totalmente, no. Hablamos de descifrar una serie de elementos manuscritos, de imprenta o en soportes digitales, a los que los adultos llamamos grafías. Grafías o letras. Las letras, que así se las llama en la escuela para definir cada logro en el recorrido lector, y que, son la manera de conocer, permítanme los lectores la licencia, coloquialmente a todos esos símbolos que alguien asignó sonoridad concreta. Sí, eso que nos suena a fonos y fonemas. Y así, los primeros lectores, otorgan representación visual a esa sonoridad que se encontraba hasta ese momento de llegar a la escuela, en las voces familiares y cariñosas de canciones, poemillas, conversaciones y cuentos.
Podríamos entonces hablar del despertar de la lectura, en un desperezar de miradas que, por una frenética comunicación neuronal aúnan imagen y sonido, guiados por un inexperto dedo índice. Es entonces; es entonces cuando un día, aparentemente indeterminado, pero, exhaustivamente programado se inicia el proceso iniciático.
Puede suceder que aquellos ajenos a la escuela y legos en las labores educativas rememoren en vistazos melancólicos sus yoes de neolectores y que, salvando la distancia de los años, la diferencia de los recursos y la melancolía de los textos el proceso terminaba también por dar un fruto que pudiera decirse vital. Sí un fruto que se degusta y paladea a lo largo de toda la vida, paradojas fisiológicas estas que alimentarse y practicar la lectura en voz alto compartan algunos de los órganos orofaciales. Vamos que, sin divagaciones sobre anatomía, alcanzamos un legado para años, un logro perpetuo: la lectura.
La lectura es ese proceso en el qué somos capaces de otorgar valor fónico a símbolos representados.
La lectura es el proceso en el qué podemos descifrar con asombro palabras que progresan en dificultad de longitud y significado, al tiempo en que nosotros que en algún momento también pertenecimos a ese grupo de elegidos el de los primeros lectores, avanzamos en el territorio de la información escrita y la literatura y sus mensajes encriptados.
La literatura que evoca, que invita, que sugiere, que despierta.
Y es que una vez despiertos y, como si de Pierre-François Bouchard se tratara, nos enfrentamos a cada nueva lectura, con la herramienta entrenada de saber leer, con el código avezado con la experiencia de los años y con las ganas de los inexpertos, con la inquietud noveles sobre qué nos deparará cada nuevo libro.
Siempre, con la mirada de los primeros lectores.