Con motivo de la celebración de San Patricio
GRAN JARDÍN, RAFAEL BALERDI.
Por Eduardo Blázquez Mateos-URJC
En el Museo de Bellas Artes(Museoa Bilbao), la presencia de Rafael Balerdi covierte los espacios de las musas en paisajes venecianos.
Dentro de la vanguardia vasca, Balerdi es considerado un creador insondable y crucial, un genio con una capacidad singular para abordar la representación de la Naturaleza desde el abismo perpetuado en la belleza de los escenarios tradicionales y cultos, desde los jardines se describe la épica del pintor.
Balerdi es el gran panteista de la vanguardia.
En la obra GRAN JARDÍN(1966-1974), a la manera de los murales cíclicos de Giulio Romano, se busca la empatía para crear un espacio pictórico que permita unir a Goya con Palazuelo, para abordar a su maestro Chillida y adentrarse en los manuscritos de Leonardo da Vinci sobre las Manchas aleatorias, huellas que reconstruyen los muros de las cavernas con el ideario surrealista; Balerdi no se separa de los manifiestos de la Vanguardia, para relacionar las transgresiones surrealistas con Velázquez y Monet.
Los jardines de Monet son una fuente para beber en sus procesos creativos, Monet es un pilar para emocionarse ante los lienzos infinitos de Balerdi.
Entre la línea y el volumen, el espacio y la superficia diversificada, Balerdi se permiten definir fisuras impregnadas de una riqueza matérica heredada de sus lecturas de la pintura veneciana (Ticiano) en Goya.
Los espacios ganan profundidad desde los conceptos espaciales orientales, los cuerpos y las formas de la naturaleza heredan las anamorfosis del Renacimiento y la visión oblicua japonesa, para poder expresar la visibilidad de los minúsculos caminos perpetuados en el plano pétreo y titánico. Desde el Gran Jardín vemos los senderos de las verticales del bosque de Oma; entrelazar a Ibarrola con Balerdi, lleva a una experincia psicológica véneta, la imagen ideal del alma de Balerdi, se observa desde el enigma de la visión sensorial inciada en los vergeles de Girogione que, coronados por Tintoretto, operan en la continuidad de unos ciclos que se gestan desde la dimensión neobizantina de la escuela veneciana.
Ante el ilusionismo del panteismo de la pintura flamenca ranacentista y del arte oriental, se puede advertir la singularidad del Averroismo de Padua y Bolonia, un interés general hacia lo natural, desde la utilidad del deleite, definiendo el naturalismo del arte abstracto.
Las formas orgánicas se cristalizan en facetas de herencia cubista, framentos alimentados por pigmentos derivados del puntillismo, encauzados desde el universo matérico de Monet, gestos primitivos inmersos en las grutas de Buontalenti y Giambologna, unos escenarios que se respiran en la obra de Balerdi que, como en una fábula, remite a los arcanos para evocar a los homúnculos, seres de luz amados por Dante que se embellecen en los relatos pintados por Balerdi. En otro plano, dentro de un ciclo ilimitado, se encuentran los Gigantes, cíclopes como el Tartalo vasco que se manifiesta en las formas pétreas que rememoran los Apeninos de Giambologna y de Salomón de Caus.
Los juegos cromáticos se elevan desde la significación de lo azaroso-aleatorio dentro del Maniefiesto de Bretón de 1924, el texto innovador, completado en 1927, elaboró contenidos esenciales para Balerdi.
El abrumador aliento lírico de Balerdi, inmanente y trasncendental, participa de las particularidades de los espacios invisibles de los muros y del suelo, jardines visibles para pocos, que se exploran en las conquistas de un poeta vasco.
Balerdi contó con dos pilares determinantes, Juan Arteaga y Leopoldo Zugaza. La amistad con Zugaza se potenció desde Encuentros, edición de grabados (Ederti) promovida por Zugaza que, inseparable de Balerdi, será siempre un modélico humanista, esencial para la divulgación de la pintura de Balerdi.
Los jardines como vánitas amplían las imágenes con los colores míticos.
Azules y rojos, verdes y rosas, entre señales, recuperan el mito de Deucalión, a la manera del jardín de Bóboli; las huellas se tensan para ensalzar el proceso de transfromación emparentado con el concepto de boceto impulsado por Leonardo.
Entra en escena el pavo real para recordar a Anglada Camarasa y rememorar el enérgico mural-fachada de la Casa Batlló de Gaudí; así se pueden mostrar las superficies de las formas troceadas, como los azulejos que simulan las rocas de Polifemo; mientras flotan desde la inmovilidad, los orgánicos y cristalinos pigmentos traducen universos poéticos procedentes de las aguas de las náyades en armonía con los cíclopes, un ideal de belleza vasco.
Veo el GRAN JARDÍN desde el plano abstracto que funde la alegoría de la Primavera de Arcimboldo con la alegoría de Giambologna en el jardín de Pratolino; imagino a Balerdi y a Zugaza, en dualidad vanguardista, convertidos en apeninos que concatenan, desde la intelectualidad onírica, la piedra esponjosa con el verdor soledado de Bilbao.