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Diálogos sobre Hernán Cortés 1519-2019 (y XII)

El autor pone fin a su serial sobre estos diálogos sobre el "mayor conquistador de toda la Historia de España"

Diálogos sobre Hernán Cortés 1519-2019 (y XII)
Ramón Tamames Gómez
Ramón Tamames Gómez
Lectura estimada: 6 min.

Terminamos hoy la serie de Diálogos Cortesianos, sobre quien fue el mayor conquistador, cuyo quinientos aniversario ha sido despreciado neciamente en España por el Gobierno Sánchez, y poco aireado por los centros de estudios y menos aún por los círculos de empresarios. Cuando la verdad es que Cortés fue el mayor empresario de toda la Historia de España.

Último retorno a España

Reñido con el virrey Mendoza y frustrado por las costosas y poco fructíferas expediciones al Mar del Sur, Cortés pensó, análogamente a lo ocurrido en 1528, en la necesidad de un viaje a España para exponer directamente al emperador y al Consejo de Indias sus querellas y agravios, en la idea de solucionarlo todo de una vez. Decisión en la que también influyó el juicio de residencia en curso, que arreciaba en México por la acción de los detractores del conquistador.

Esa segunda y definitiva marcha a España (aunque el protagonista nada supiese de que lo era) la emprendió Cortés en enero de 1540, llevando consigo a su hijo legítimo Don Martín; amén de un buen séquito, aunque ya nada parecido a lo de la vez anterior en 1528. Si bien le acompañaron gran número de servidores personales.

En ese contexto y ya instalado en la corte, Cortés dirigió al emperador un memorial de agravios, con el propósito de protestar por las expediciones que el virrey Mendoza había despachado al Mar del Sur, quejándose de los impedimentos que se le habían puesto a él para sus propias navegaciones. Incluyendo su acariciado propósito, nada menos, de la conquista de la China. Una idea que tiempo después recuperarían el cabildo de Manila, y hasta el propio Felipe II, tras hacerse España con las Islas Filipinas.

En ese contexto y ya instalado en la corte, Cortés dirigió al emperador un memorial de agravios, con el propósito de protestar por las expediciones que el virrey Mendoza había despachado al Mar del Sur, quejándose de los impedimentos que se le habían puesto a él para sus propias navegaciones. Incluyendo su acariciado propósito, nada menos, de la conquista de la China. Una idea que tiempo después recuperarían el cabildo de Manila, y hasta el propio Felipe II, tras hacerse España con las Islas Filipinas.

Durante los casi siete años que al final de su vida Cortés pasó en Es-paña (1540/1547), el dominio del Mediterráneo se vio gravemente amenazado por los piratas berberiscos, que no permitían la segura navegación del comercio. Por lo cual, el emperador decidió hacerse con el puerto de Argel, que gobernaba el eunuco y renegado Azán Agá, dependiente de los turcos. Para lo que organizó una gran armada: 12.000 marinos y 24.000 soldados, alemanes, italianos y españoles, a bordo de 450 embarcaciones de todo tipo, que se reunieron en las islas Baleares, desde donde zarparon para atravesar el Mediterráneo.

El desembarco en las proximidades de Argel comenzó a hacerse con fortuna, y el 24 de octubre de 1541 se inició la marcha para sitiar la ciudad. Pero en ese momento se formó una formidable tormenta, que arrojó a la costa 150 navíos con provisiones y armas, que quedaron destruidas. Ante lo cual, Carlos V convocó un consejo de guerra, al que no se llamó a Cortés, y decidió levantar el cerco con la retirada general.

Después de esa catástrofe en Argel, Don Hernán se instaló de 1543 a 1545 en Valladolid, donde tuvo encuentros con Juan Ginés de Sepúlveda, defensor de que los indios eran seres humanos, con alma propia, pero que necesitaban de la tutela de los españoles. Y también se vio en ese tiempo con Bartolomé de Las Casas, que proclamaba la igualdad entre blancos e indígenas, pero no de los negros. Siendo dudoso el testimonio del célebre apóstol de los indios de que durante las Cortes que convocó el emperador en la villa de Monzón (Huesca), en 1542, él y Don Hernán tuvieron una última conversación, que el dominico recogió en su Historia de las Indias. Lo que en cambio sí es cierto del todo es que Las Casas nunca sintió la menor simpatía por el conquistador, al considerarlo astuto, traidor a Diego Velázquez, mal cristiano y condenable por sus crueles acciones militares.

La senda a la muerte

Tratando de llenar de alguna manera los ocios de cortesano sin provecho, y siempre pendiente de que terminara el inacabable juicio de residencia para volver a la Nueva España, Cortés organizó en su casa de Valladolid una auténtica Academia, con personas muy doctas en temas de filosofía moral, y con asistencias como la del cardenal Poggio, el experto Dominico Pastorelo (arzobispo de Callar, Cagliari), el docto fray Domingo de Pico, el prudente don Juan de Estúñiga comendador mayor de Castilla, el grave y cuerdo Juan de Vega, el ínclito don Antonio de Peralta, marqués de Falces, con don Bernardino su hermano, don Juan de Beaumont, y otros eminentes próceres.

En esa Academia, de la que no se sabe mucho, se gestó, según Christian Duverger, la decisión de Cortés de escribir él mismo la Historia Verdadera atribuida a Bernal Díaz del Castillo. Cuestión a la que nos hemos referido con anterioridad, no considerando verosímil la historia del hispanista francés.

Sin nada ya que hacer en la Corte, en Valladolid, por el desdén de Carlos V, Don Hernán se trasladó primero a Madrid y después a Sevilla, donde ya tuvo que hacer economías, pues si bien era muy rico en propiedades, tenía muchos gastos de sus expediciones al Mar del Sur y de sus casas, y de numerosos procuradores, administradores, agentes y criados. Y tan rico era que, incluso con las estrecheces que sufrió en los últimos meses de su vida, por su Testamento pudo saberse que en la antigua Hispalis mantenía mayordomo, contador, repostero, camarero, paje de cámara, botiller y caballerizo.

De la ciudad de Sevilla, Cortés se fue a la cercana Castilleja de la Cuesta, para allí "entender en su ánima", cuenta Bernal Díaz. La casa que tenía en Sevilla, sin adornos señoriales, fue cerrada, y Cortés pidió a su amigo, Juan Rodríguez, que lo alojara en su mansión de la calle Real. Debió sentirse muy enfermo y extenuado, "de cámaras e indigestión", que padecía de tiempo atrás y que se le empeoraron.

Murió Cortés con 62 años, el 2 de diciembre de 1547, extenuado por la disentería, abriéndose al día siguiente su testamento para leerlo. El 15 de diciembre siguiente, don Juan Alonso Pérez de Guzmán, duque de Medina Sidonia, escribió al príncipe Felipe -regente de España en ausencia de su padre el emperador- informándole de la muerte del conquistador. Y lo que no encargó Carlos V ni su hijo, lo hizo el mencionado duque, quien organizó exequias y honras fúnebres, en el monasterio de San Francisco, de Sevilla. De allí, sus restos tuvieron un largo periplo, para finalmente acabar en la iglesia del Hospital de Jesús, en la Avenida 20 de noviembre, cerca de El Zócalo, en Ciudad de México.

Y pasamos ahora al diálogo final entre el autor y el enigmático inter-locutor de siempre, donde se comentan episodios recién contados:

- ¿No es Vd. muy complaciente en lo que ha llamado la Segunda Vida de Cortés? ¿No se inició la decadencia definitiva con el célebre viaje a Las Hibueras?

- Yo no veo tal decadencia. Resistió el periplo con fortaleza y volvió vivo y emprendedor. Además, se logró el enlace entre la conquista de México y las confiadas a Alvarado en Guatemala, así como la conexión con los españoles que por América Central llegaban desde Panamá. Fue, en cierto modo, una consolidación de la conquista cortesiana. Prácticamente todo el México actual quedó conocido y abarcado: desde Baja California (con las navegaciones), hasta Chiapas.

Un viaje que aprovechó para desprenderse de Cuauhtémoc...

Fue un desacierto, como él mismo debió recordar el resto de su vida. Pero, en frío, las circunstancias hay que tenerlas en cuenta: Cuauhtémoc intentaría un día matar a Cortés en la conjura que se dice preparaba, sin que quepa desechar la posibilidad de una fuga del tlatoani, que podría haber producido un levantamiento general de los mexicas, para perder todo lo que hasta entonces se había ganado para hacer la Nueva España...

- ¿Y del desgobierno de México en la ausencia de Cortés?

- Muy sencillo: quedó en claro que los mentados oficiales de Carlos V eran peores administradores que el mismo Cortés y sus capitanes. Tal vez con el hecho de salir hacia las Hibueras, el conquistador ya contaba con que los administradores recién llegados lo iban a hacer mucho peor que los suyos: así preparó su vuelta a España para hablar con Carlos V con mayores fundamentos y poder ser nombrado virrey...

- ¿Y precisamente, no es Vd. demasiado terminante con Carlos V?

- NCreo que no, pues el Cesar, como le llamaban (Kaiser, emperador en alemán, procede de César), no estuvo a la altura de los acontecimientos. Claro es que visto de otra forma, el de Gante sí que supo velar por sus imperiales intereses, y garantizar la continuidad de su poder en las Indias. Con el de Medellín de virrey, iba a ser mucho Cortés.

- ¿Un fin desgraciado, pues, el de Don Hernán?

- No precisamente feliz, desde luego, pero lo cierto es que él nunca perdió su temple y su grandeza hasta llegarle la muerte. Se movió siempre con la frente bien alta, admirado y odiado a la vez, e incluso vituperado y perseguido económicamente. Además, tras su segundo y definitivo viaje a España se ocupó de promover la crónica de López de Gómara, y según Duverger incluso escribió la propia Historia Verdadera. En cualquier caso, en el atardecer de su vida, Cortés seguía siendo el definitivo conquistador de México; y el verdadero fundador de la primera fase del Imperio continental de ultramar.

Y terminamos así los Diálogos Cortesianos. Y como siempre, el autor espera observaciones de los lectores de Tribuna en castecien@bitmailer.net.