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El bosque al anochecer en el museo de Bellas Artes de Bilbao

Blog de Eduardo Blázquez

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El bosque al anochecer en el museo de Bellas Artes de Bilbao
Tribuna
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El bosque de Van Ruisdael dialoga con el Bosque de Ibarrola, ambos paisajes transportan la oscuridad a la luz coloreada, a la génesis de la madre Naturaleza; el aposento vegetal del abismo, está vertebrado en los páramos de los nocturnos venecianos del Renacimiento rememorados en la pintura barroca holandesa de Ruisdael.

Ante el Pantano de un bosque al Anochecer(1655, Museo de Bellas Artes de Bilbao), emergen en Ruisdael las atmósferas de Jacopo Robisti Tintoretto, para proclamar las odas a la pintura de emociones orquestada por pigmentos impetuosos en lo matérico musical. Ante la oscuridad de cada páramo, las percepcciones clásicas se amplían con las revoluciones coreográficas de las pinceladas elevadas entre  veladuras agitadas.

La vivencia del reino de la Melancolía, distanciada de la alegoría, parte de la poesía pintada de Tintoretto que, inmersa e interiorizada en el artista holandés, bebe de los signos saturnianos/venecianos para contribuir con ardor en el destierro sanador del paisaje del alma. Las texturas y los tonos deambulan desde la terribilità al desorden de un fuerioso deseo, expresado con virulencia en los motores internos explorados ya en Leonardo da Vinci.

El lienzo del Museo de Bilbao expresa el estado atormentado abismático desde el encuentro con la Naturaleza, entre tanta oscuridad, se desploman las influencias de Rubens para abordar el temperamento solitario de Tintoretto, artista furioso como Orlando. La obra despierta del sueño de Bomarzo, en un choque de fuerzas, entre espacios abiertos y cerrados, entre diagonales y serpenteantes formas que irradian la significación de las líneas quebradas; las almas están rotas en fragmentos y mantienen su fuerza en las luces de la Soledad eterna.

Como se advierte en los referenciales paisajes venecianos y flamencos, la obra de van Ruisdael nos habla de la reflexión ante el espejo de la Naturaleza, la esfera de la racionalidad desaparece para tomar partido por el sueño de Eros que, en ocasiones, se redime en los pantanos del phatos.

Desde el interior, recorriendo las cortezas y las fisuras de los árboles, se puede advertir la dialéctica entre lo poroso-rugoso frente a los golpes de luz blanca y sonrosada, impronta veneciana en la que se unen la luz y el color, el aire y la humedad, desde la pigmentación de la sensualidad de Tintoretto y Veronés.

Al anochecer, Ruisdael encuentra la belleza y la verdad para convertir el misticismo del Renacimiento en una celebración maternal, el bosque solitario con vergel invisble enmarca  el escenario de sombras.

La Soledad del Bosque se graba en la huella del vuelo.

El bosque solitario se enmarca en el  sublime recodo de las masas desplazadas en sentido coreografíco; el variado follaje muestra la plenitud de una sagrada comunión entre el poeta-pintor y la Naturaleza, un viaje de consuelo para revelar el dolor desde el espíritu saturniano.

La armonía de la composición se quiebra para elevar los signos de la fugacidad del tiempo, desequilibrio intencionado ante el ruinismo vivido en las obras de Pirro Ligorio y Giambologna: los escenarios de Ruisdael están revividos en numerosas escenografías vivificadoras para las artes escénicas.

La luminosa asimetría de la oscuridad matiene el vigor mórbido de la soledad recreada por Thomas Mann, gloriosa Venecia que fortalece y alimenta la consgración de la primavera en el ballet nórdico de Ruisdael.

Se sublima el Nocturno en el Museo.

El Bosque de Oma está enmarcado con madera holandesa.

Las grietas y las ruinas nos despiertan la necesidad de sentir el bosque de Oma y Gorbea, de la mano de Errikarta y Begoña(el bosque), con Patxi y Gustavo(el jardín), iniciamos un itinerario entre ruinas de molinos con troncos heridos; entre contrastes sutiles, se va desterrando el espíritu luminoso para interiorizar las obras telúricas del Museo de Bellas Artes de Bilbao.

La magia de los espíritus dionisíacos invade nuestra sombra para acceder, de una vez, a la Verdad(alegoría) representada en los cielos de la pintura del museo vasco.

¡Nubes y árboles, iconografías reconocidas para poder ascender a las luz veneciana escondida entre manchas y pigmentos!

¡Se definen los senderos aéreos perpetuados por tratadistas del Renacimiento para analizarse en la antropología imaginaria! ¡Pantesimo aéreo!

Ante el bosque, al anochecer, soñamos para ensoñar con las nubes coloreadas, avanzamos entre las gritas de las escaleras de los árboles, para lllegar al sueño del vuelo, ideario ascensional del pintor; entre la pureza y el delirio, los cinco sonámbulos portamos las flores ultramundanas del cementerio de los muertos de amor, lienzo desaparecido de Caspar D. Friedrich, obra basada en la iconografía de los titánicos esfuerzos alados de las nubes en flor.

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