Lo que el Real Valladolid te da, el Real Valladolid te lo quita. Quizá sea uno de los mejores resúmenes de la situación del conjunto blanquivioleta, que falla cuando está a punto de despegar. La imagen en Getafe no fue mala, pero solo hasta el 1-0. Después, el equipo se desintegró y comenzó a hacer aguas.
Si el Pucela se había caracterizado por no encajar goles en las últimas tres jornadas, la zaga se transformó en un flan en la localidad madrileña. La decisión de Paco Herrrera de apostar por Lichnovsky en lugar de Álex Pérez no le salió nada bien, ya que la intención de paliar el juego aéreo quedó en nada cuando el Getafe inauguró el marcador. Y es que tampoco hubo demasiados balones por arriba en el área.
La fortaleza defensiva se desvaneció en una jugada defendida por profesionales que lo hicieron como principiantes. La inseguridad de Becerra, que no salió a por el balón, apareció en el peor momento y a partir de ahí el equipo se vino abajo. Pero el despropósito atrás acababa de comenzar. André Leão mostró una pasividad extrema en la jugada del 2-0, que llegó tras un saque de banda, esas acciones que para el Real Valladolid se han convertido en más peligrosas que un córner.
Aunque el Pucela de la (des)ilusión reapareció para marcar el 2-1 y creer que podía rascar algún punto durante un minuto. Porque ese tiempo fue lo que tardó en volver a pifiarla en defensa para facilitar el definitivo 3-1. Y se acabó.
El Real Valladolid llegó con la ilusión de crecer en el campo y fuera de él, pero se fue cabizbajo y los pies en el suelo, por si alguno creía que el camino sería un partido constante contra el Mirandés. La dureza en Segunda no permite ni una sola relajación, pero si encima en 90 minutos desconectas varias veces... No siempre se gana con el balón.