Tal vez insertado en mi ADN, sin yo saber por qué, o fruto de mis lecturas, mis experiencias, mis compañías y mis circunstancias, convive conmigo el deseo de dejar legado. Periódicamente reaparece en mi cabeza y me convoca a pensar. Y así observo que, durante mucho tiempo, he considerado que el objetivo de una vida plena, bien rematada, debía corresponderse con el esfuerzo por construir algo que, a la larga, fuera de utilidad al menos para los míos, siquiera para los más cercanos, algo que quedara, perdurable, constante.
Sin embargo, transitamos por la vida y nuestros esfuerzos se centran, resumiendo mucho, en sucesos como comprar un terreno y construir una casa u obtener un título y lograr un buen trabajo. No son esfuerzos baldíos, no son ociosos, no los minusvaloro, de hecho, yo he recorrido ese camino.
A veces nuestro legado va intrínseco en la educación que dimos a nuestros hijos, en lo que hacemos por ellos cada vez que nos necesitan. Por cuanto no es tangible, en ocasiones no nos parece que exista y tendemos a no considerarlo cuando hacemos balance. De modo que nos irritamos y pensamos, quizás, que se nos va la vida sin haber dejado una muesca de que aquí estuvimos. E insistimos en ganar esta partida.
Pero más adelante, a medida en que uno va sumando años, nos damos cuenta de que, a nuestro pesar, la vida no consiste ya tanto dejar legado, en ganar la batalla por legar una herencia, como en no perder... o que, de hecho, hay un momento en nuestra línea temporal en que perder se ha convertido en la variable más repetida; la muerte se lleva a amigos y familiares, a compañeros, perdemos memoria, perdemos fortaleza física, y observamos (sin posibilidad de interponer recurso) que cuando algo se pierde del todo ya no se recupera.
No restan muchas opciones, en esas circunstancias, salvo adaptar nuestro parecer, nuestros conceptos, nuestro modo de hacer, a la edad que vamos cumpliendo y a las circunstancias en que subsistimos, así como procurar vencer la insatisfacción, el desasosiego de no haber, tal vez, alcanzado el objetivo. Y, aún así, me rebelo ante la sensación de haber pasado por la vida como un objeto cualquiera, como una mesa o una silla de madera que duran setenta u ochenta años, como una palangana o un perchero.
Pese a la erosión del tiempo, pese a las limitaciones y las pérdidas, creo que aún estoy a tiempo de dejar legado. Lo estamos todos. Sigamos procurándolo.