He leído en algún lugar que sólo el ser humano es consciente de que nuestro tiempo sobre la Tierra es limitado; al parecer no hay ningún otro animal en nuestra Naturaleza que sea conocedor de su finitud. Quizás precisamente por éso los humanos nos empeñamos en dejar huella cuando proyectamos nuestra vida con visión de largo plazo o insistimos, en un término más corto, en encontrar ocupaciones que abunden de pensamientos nuestra cabeza y nos permitan sacar de ella, siquiera unos instantes, que en realidad nos quedan tres o tres mil telediarios, quién lo sabe.
Acaso esta diferencia entre el ser humano y el resto de animales tenga como consecuencia nuestra pasión por medir el tiempo. Tal vez resulte exactamente lo contrario y esta desigualdad no sea sino el origen de nuestra desmedida preocupación por las horas, los minutos, los días, los años... Es difícil negar que la medida del tiempo nos tiene secuestrados... unas veces tenemos prisa porque llegamos tarde, otras nos damos la vuelta en la cama y pensamos: “5 minutitos más”, porque consideramos que aún es pronto y calculamos que no habrá complicaciones para entrar por la puerta de la oficina a la hora exigida... la medida del tiempo provoca nuestras reacciones.
Para cualquier insecto de los muchos que poblarán el aire durante el verano, un minuto es como todo nuestro día, acaso el estío sea para ellos como toda nuestra vida.
No sé si nosotros seríamos más felices si no fuésemos conscientes de nuestra caducidad. Tengo por seguro que el hombre sería más que capaz de encontrar otros motivos para llevarse las manos a la cabeza y andar todo su tiempo inquieto, perturbado, obsesionado. No obstante, aún conocedores de ello, también somos perfectamente prácticos, hábiles para ser felices cuando toca, animosos si procede, despreocupados cuando surge. Esa es una de nuestras virtudes como especie.
En ocasiones, ante un castillo, unas ruinas romanas o una catedral, ante una playa hermosa o una cordillera, pienso en lo poco que significará mi paso por el tiempo comparado con su perdurabilidad y su legado. Me invade entonces la ambición de seguir buscando en mi camino aquello que me acerque a ellos, aún a sabiendas de que nada es eterno. Me entran ganas de “ser algo”.
Porque “una manera laboriosa de no ser nada es serlo todo” (Henri F. Amiel), he comprendido que no resulta oportuno tratar de distinguirse en muchas cosas, que es mucho mejor centrarse en una sola.
Por eso escribo. Espero no aburrirles.
¿Qué han elegido Vdes.?
Feliz verano.