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Clásico

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Por Andrés Miguel

Felices Navidades


Más de 2.000 millones de personas, en más de 160 países, celebran la Navidad, acaso para todos ellos la fiesta más importante del año, por razones no siempre ligadas a la religión, al cristianismo, por más que en su origen, lo que celebramos, no sea otra cosa que el nacimiento de Cristo, fijado por la Iglesia, hacia el año 345 d.C., en el 25 de diciembre, pese a que en la Biblia no vayas a encontrar fecha alguna.

 

En términos generales, nos gusta la Navidad. En los días más señalados de ésta nos reunimos con familiares y amigos, compartimos presentes, nos esmeramos en la mesa procurando disfrutar de una buena comida, atendemos ritos religiosos y celebramos divertidas costumbres paganas exultantes de alegría y felicidad. Son días en los que todos, extraña cosa, parecemos mejores personas, gentes de buena voluntad. Magia de la Navidad.

 

El Consejo Interterritorial del Sistema Nacional de Salud analizó, el pasado miércoles, el plan del Gobierno de cara a las Navidades, con el objetivo de lograr el consenso de todas las Comunidades Autónomas, quienes, en última instancia, determinarán qué medidas restringirán nuestras libertades en esas fechas.

 

Más allá del ajuste fino que cada Comunidad haga del acuerdo alcanzado en el Consejo Interterritorial (cuya conformación definitiva no conozco aún mientras escribo estas líneas), se baraja, entre otras cosas:

 

  • no celebrar reuniones de más de seis o diez personas, también en lo que respecta a comidas de empresas, si es que encontramos un restaurante que se mantenga abierto después de la lamentable escabechina que se ha hecho con ellos,
  • limitar la libertad de movimientos en los días 24 y 31 de diciembre hasta la una o una y media de la mañana, mientras que el resto de los días los toques de queda se mantienen vigentes en torno a las 22:00 h., 
  • permanecerán, igualmente, cierres perimetrales entre Comunidades Autónomas, salvo excepciones, de manera que eso haría imposible o extremadamente dificultoso que quienes viven lejos de sus familias puedan retornar a casa para celebrar con ellas esta Navidades,
  • no se permitirá la asistencia a las campanadas de Fin de Año, ni a las cabalgatas de reyes (en el caso de que se celebraran; salvo en mi pueblo, donde el alcalde tiene “todos los permisos”… otra cosa es que encontremos a tres valientes dispuestos a disfrazarse de Melchor, Gaspar y Baltasar e hincharse a dar besos a niños y abuelas).

 

Siendo así parece que nos viene una NAVIDAD TRISTE, lo digo tal cual lo siento; me molesta el cuento de que “van a ser diferentes” y otros eslóganes para tontos que se nos lanzan desde la política y otros ámbitos. Sin paños calientes, una Navidad sin la familia, sin cabalgata o sin campanadas de fin de año, sin cenas de empresa, es una caca (me vale cualquier otro sinónimo: mierda, deyección, excreción, deposición…).

 

No me imagino, y de ningún modo será feliz, la Navidad en aquellas casas cuyos hijos viven fuera si éstos no pueden retornar a casa. Ojalá no sea así. Hay cientos de miles, millones de casos como estos en todo el mundo y creo saber qué sienten. Va a resultar difícil que le encontremos sentido a sus ausencias en estos días. De igual modo resulta difícil hallarlo al observar que faltan platos en la mesa, pues faltan seres queridos que jamás volverán; acaso flaquea nuestra fe, más aún con ella, la nostalgia es tan grande, su marcha tan dolorosa… No hay Navidad perfecta.

 

Viene una Navidad triste aunque procuremos lo contrario, que lo haremos. Pero que no te engañen: todas las Navidades son diferentes, tan sólo se parecen unas a otras; ésta tiene pinta de ser, de entre todas, la más asquerosa… salvo que te lleves a matar con tu cuñado… si es así, ¡Felicidades! ¡Estas sí van a ser, para ti, felices Navidades!