El sufragio activo, es decir, el derecho a votar a las personas que nos representarán políticamente parece inherente a la humanidad. Hay una suerte de idea de que lo lógico es poder votar a quienes van a tomar las decisiones sobre nuestro país, pero se nos olvida que, en realidad, eso no ha sido así en la mayor parte de nuestra historia.
Sería importante recordar que en España la primera vez que todos los hombres pudieron votar fue pasada la mitad del siglo XIX, con la Constitución de 1869, y que hasta 1933, con la Constitución de la Segunda República, no alcanzan las mujeres este derecho. Todo esto frenado por la Dictadura franquista, como es de sobra conocido.
Esto supone que el derecho al voto para los hombres data de hace 150 años y el de las mujeres de poco más de 85. Lo que demuestra la poca realidad del pensamiento que considera el derecho al voto como algo inherente. Muy al contrario poder votar ha sido un asunto que ha supuesto una enorme lucha, muchas personas han llegado a perder la vida por defender un derecho al que ahora, parece, cada vez le damos menos importancia.
Y esta es la realidad: ese pensamiento del derecho al voto como algo inherente hace que muchas personas no le den valor. Olvidando así todo lo que implicó no votar, los siglos de historia en los que nadie tenía derecho a ello y las muertes y los castigos de diversa índole que supuso querer poder hacerlo.
Todo esto hace que sea casi obligatorio, al menos a nivel moral, votar en cada una de las elecciones que vivamos. La candidatura concreta o la decisión de votar en blanco o nula será personal e individual, pero el derecho a votar es algo colectivo y por respecto a ese derecho (y a todo lo que costó alcanzarlo) se debe votar.
No solo es importante votar por la motivación histórica anterior. No podemos olvidar que las personas que serán elegidas en cada cita electoral tendrán en sus manos representar nuestra voluntad durante varios años. No sirve de nada quejarse de cómo se hacen las cosas y luego no moverse para cambiarlo. La democracia de las mayorías carece de sentido si el pueblo no vota, por eso hay que sentirlo como una obligación democrática.
Hoy son las elecciones generales, unas elecciones realmente importantes (quizás las más decisivas de los últimos tiempo). Cada persona tendrá una preferencia y una ideología política, habrá personas que no se sientan representadas por nadie o que se sientan defraudadas por todos los partidos que se presentan, pero todas esas personas tienen algo en común: su obligación histórica y democrática de votar.
De esta forma, votando de forma general, como sociedad, lograremos una democracia mejor, más representativa y con una mayor calidad. En definitiva, reforzaremos la democracia, que es lo que la mayoría de las sociedades actuales quieren, porque sabemos lo que implica no vivir en democracia.
Por todo ello, no hay mejor forma de favorecer nuestros intereses colectivos que votando y logrando, así, una mejor democracia. Y, para finalizar, a ello me gustaría animar a todo el mundo: hoy debemos votar.