A nadie se le escapa que los medios de comunicación son una suerte de formadores culturales ya que definen nuestros hábitos de consumo, cambian nuestras costumbres y determinan nuestras ideas. Una influencia que se ejerce con tanta fuerza que interviene en nuestro pensamiento y lo configura en un determinado sentido. Pero, si un programa de radio o un canal de televisión puede modificar el pensamiento de una persona adulta, ¿qué hará con el pensamiento y desarrollo de un niño?
En pleno proceso formativo y de configuración de su personalidad, los niños y adolescentes son un segmento de población especialmente sensible, puesto que su cerebro es como una esponja capaz de absorber cada cosa que los rodea. En este sentido, siempre se ha considerado que los medios de comunicación eran el tercer agente socializador de los menores, por detrás de la familia y el colegio. Los medios se entrelazan con las experiencias personales, familiares, escolares y sociales que tienen los niños y los jóvenes cambiando la percepción que tienen del mundo. Me pregunto si, con el nivel de penetración que tienen las nuevas tecnologías entre los más pequeños, este orden no habrá cambiado y realmente estemos hablando de los medios de comunicación como un agente socializador mucho más potente que el centro escolar o incluso la propia familia.
Ante esta situación, no son pocos quienes culpan a los medios por los grandes problemas de la educación de las nuevas generaciones. Si bien la principal misión de la radio, la prensa y la televisión es difundir y no educar, no se debe minusvalorar su influencia en la vida de las personas. Es por ello que hemos de estar especialmente vigilantes para determinar ese nivel de influencia en el desarrollo de nuestros hijos.
Pero ¿de cuánta influencia estamos hablando? ¿Es tan significativa como puede parecer a simple vista? Lo cierto es que no hay una respuesta fácil en este sentido: no podemos cuantificar minuciosamente cuánto influyen en los procesos de aprendizaje de las personas. Sobre todo porque, con el rápido desarrollo tecnológico, los medios están en constante cambio, por lo que es difícil determinar el impacto de cada uno en las transformaciones de la sociedad. Un ejemplo: los medios tradicionales (prensa, radio y televisión) han tenido protagonismo en la construcción de conciencia sobre algunos temas, pero en estos momentos esa conciencia y este multiperspectivismo se encuentra en un Smartphone y en las redes sociales, principalmente.
Centrémonos en los niños que (afortunadamente) aún no tienen acceso libre a estos nuevos modelos comunicativos, bien por edad o bien porque sus padres lo hayan decidido así. En este caso, el nivel de impacto socializador de los medios que están a su alcance se centraría en la televisión y en la publicidad. De ellos los niños pueden aprender cosas que son inapropiadas o incorrectas. Muchas veces no saben diferenciar entre la fantasía presentada en la pantalla y la propia y la realidad. La violencia, la sexualidad, los estereotipos de raza y de género y el abuso de drogas y alcohol son temas comunes en los programas de televisión, que además ofrece contenido no destinado al público infantil, pero igualmente consumido por éste sin control paternal de ningún tipo. Asimismo, la influencia de la publicidad como configuradora de gustos y valores determinados en los niños es enorme, por lo que puede considerarse como un elemento peligroso cuando se utiliza como fines consumistas y demagógicos.
Desgraciadamente, estamos asistiendo a la configuración de una nueva sociedad con nuevos modelos de padres, que han perdido autoridad para poder dosificar y controlar el uso de los medios porque la ausencia de límites es lo que está de moda.
Ante esta situación, ¿cuál debe ser el papel de la familia? Los padres hemos de educar a nuestros hijos también en el consumo de medios de comunicación, siendo plenamente conscientes de su especial relevancia en la formación y el desarrollo de los niños. Se trata de fomentar pequeños espectadores activos, reflexivos y críticos. No hay una fórmula mágica para ello. Pero lo que sí es seguro es que tiene que empezar por una buena comunicación y un acompañamiento por nuestra parte. Seleccionar los programas, dosificar el tiempo que pasan conectados a una pantalla, dialogar sobre lo que están viendo, compartir tiempo de ocio o evitar aquellos contenidos que no son adecuados para su edad son algunas de las pautas que podemos llevar a cabo. Parecen de sentido común, ¿verdad? Pues simplemente, pregúntate, como padre, como madre, cuántas veces las pones en práctica. Quizá te sorprenda la respuesta.