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¿Quién no se ha encontrado cientos de veces en su Facebook la imagen de un hermoso y tierno gatito, acompañada por una frase a veces no tan tierna que supuestamente dice el mismo felino? ¿Quién no ha recibido en su WhatsApp al término de un partido de fútbol chistes con imágenes de Messi o Ronaldo? Son los famosos ‘memes’ que inundan la Red, repartiendo humor y sarcasmo a partes iguales. Todo un fenómeno de la comunicación 2.0 que reflejan como nadie nuestra cultura popular y son altamente virales.
Pero, ¿dónde surgen los ‘memes’? Curiosamente, el término es más antiguo de lo que parece. Se remonta a 1976, cuando Richard Dawkins, un adelantado científico británico, zoólogo, etólogo y teórico evolucionista, acuñó este neologismo en su libro "El Gen Egoísta". Con él pretendía nombrar aquellas realidades culturales fácilmente transmisibles de un individuo a otro, o de una mente a otra, o de una generación a la siguiente.
Obviamente, Dawkins no está pensando en el fenómeno del Internet, pues aún no se había inventado. Pero ya sienta las bases de la viralización de estos contenidos: un ‘meme’ funciona si se replica y busca su supervivencia, saltando de una mente a otra.
Hoy en día, los ‘memes’ son una realidad cotidiana para millones de usuarios en la Red. En una sociedad altamente tecnologizada como la nuestra, casi todas las situaciones están expuestas a convertirse en un ‘meme’: es algo instantáneo, ya nadie perdona un momento especial al que pueda sacarle provecho. Y es que en las redes sociales siempre habrá personas con mucha creatividad (y mucho tiempo libre) a la espera de eventos o sucesos que tengan el sentido suficiente para tornarse en una imagen o vídeo con cierto grado de sarcasmo incluido.
Los ‘memes’ son productos netamente multimedia: los podemos ver en imágenes, texto, gifs y vídeo. Y siempre generan una alta identificación con el público. Un ‘meme’ puede surgir de cualquier eventualidad, de una situación cotidiana en nuestra vida, de un hecho que tuvo repercusiones mediáticas, programas de televisión, películas, frases célebres. He citado anteriormente el caso del fútbol, porque es una realidad constante cada fin de semana o cada noche de Champions, para escarnio del equipo rival. Pero a todos nos vienen a la memoria ejemplos como los montajes con el Ecce Homo aragonés, las imágenes trucadas del debate de investidura de Rajoy, las manidas frases de Belén Esteban, la hilarante cara de la niña del pompero, un dubitativo John Travolta, o las bravuconadas de Chuck Norris. Imágenes, todas ellas, que ya forman parte del imaginario colectivo de toda una generación.
Estas pequeñas piezas de difusión son de difícil clasificación, pero claramente tienen todas algo en común: están hechas para verse (o consumirse) en el momento, tienen un gran impacto visual. Irrumpen bruscamente en la Red, circulan y están muy presentes durante una cantidad de tiempo, y luego se extinguen rápidamente cayendo en un profundo olvido. O no, porque algunos duran, y duran, y duran, como si tuvieran las pilas del conejito de marras. En la medida que los usuarios los comparten, cobran mayor visibilidad, hasta que en un momento todo Internet parece estar invadido por un ‘meme’: se ha viralizado.
El fenómeno de los ‘memes’ debemos analizarlo desde la correspondiente retroalimentación que de ellos realizan los medios de comunicación convencionales. Actualmente, multitud de programas deportivos se encargan de guardar unos minutos de su parrilla para compartir las “genialidades artísticas” que satirizan cada partido en la Red. Incluso algún informativo nacional tiene una sección propia para destacar los memes más compartidos cuando se ha producido un hecho noticiable de especial relevancia. De esta forma, el ‘meme’ logra niveles de popularidad altísimos e inmediatos, lo que vuelve a reproducir con más fuerza su replicación multitudinaria a través de los mismos ambientes por los que circula y por otros nuevos.
Pero, como todo en esta vida, tiene su parte mala y su parte buena. Y es que aunque hay ‘memes’ que pueden rozar la falta de respeto y son creados para intentar destruir la imagen de algún personaje en particular, hay otros que sí hacen críticas sociales o a modelos de políticas, y son realmente valorables.
Ante todo esto, no debemos perder de vista que los ‘memes’ están hechos simplemente para robarnos un momento de nuestra atención. Son impactantes y nos fuerzan a detener la mirada. Al entender el mensaje le devolvemos al creador del ‘meme’ una sonrisa, y le mostramos nuestra aceptación al compartirlo con otros usuarios. Nuestra forma de entenderlos, y el hecho de que estén presentes en nuestros ritmos de comunicación habitual, hace que formen parte ya de nuestro ecosistema digital. Y han venido para quedarse (mal que les pese a algunos).