Las ciudades están sometidas a constantes cambios tanto a nivel social, económico como ambiental. Ante esta transformación, la ciudad tiene que desarrollar su propia resiliencia, es decir, la capacidad de prevenir y minimizar el impacto de cualquier tipo de riesgo al que está expuesto con el fin de mantener el bienestar de su población. Las ciudades resilientes son aquellas que tienen la capacidad de absorber, recuperarse y prepararse para futuros impactos, al tiempo que fomentan el desarrollo sostenible, la prosperidad y el crecimiento integral.
Potenciar la resilencia urbana exige sobretodo abordar su funcionamiento como un gran microorganismo, donde la salud de las personas depende directamente del estado de conservación de la biodiversidad que vive en el entorno urbano y la rodea. Esta es la idea que encierra el concepto de ciudad holobionte, que postula la necesidad de resolver los problemas aportando soluciones basadas en la naturaleza, en la infraestructura verde y azul para generar valor ambiental en entornos urbanos. Los beneficios ambientales dependen de la planificación y gestión de los espacios verdes, las zonas periurbanas y la relación que la ciudad mantenga con las zonas rurales adyacentes.
Este enfoque vanguardista del diseño urbano va orientado a construir las ciudades como ecosistemas sostenibles, ágiles, transparentes y resilientes, lo que significa poder adaptarse rápidamente a los cambios que experimenta todas las áreas urbanas al mismo tiempo. Para adoptar esta nueva visión, se recomienda el enfoque de la biomímesis, que consiste en explorar la naturaleza para luego inspirar los diseños de productos, procesos y sistemas, con el fin de resolver problemas humanos de manera sostenible. Los modos de adaptación y supervivencia de organismos en condiciones meteorológicas adversas o frente al cambio climático, darían una perspectiva innovadora para mejorar el funcionamiento de edificaciones y construcciones, por ejemplo. La integración de la biomímesis contribuiría potencialmente a abordar el equilibrio entre el entorno construido y el natural, a través de innovación en el diseño, los materiales y las tecnologías.
Convirtiendo la gestión urbana en un ecosistema vivo, donde el bienestar físico y mental del ser humano está en el centro de todas las decisiones, las ciudades podrán afrontar las consecuencias del cambio climático. Según apuntaba el Informe del economista Nicholas Stern en 2006, la lucha contra el cambio climático se juega en las ciudades. La manera en que éstas se planifiquen y gestionen se ganará o se perderá la batalla contra el calentamiento global. En el futuro, las ciudades tendrán que ser carbono neutral y capaces de hacer frente a olas de calor extremas, tormentas, inundaciones, huracanes y largos periodos de sequía, identificando las medidas de adaptación y mitigación más apropiadas para la dimensión y las circunstancias de cada comunidad. Aquí se abre un nuevo mercado para los materiales de construcción más sostenibles que mantengan el calor o que, por el contrario, lo repelan según las necesidades. Innovando en el uso de sistemas de refrigeración para enfriar las ciudades de manera natural, con bajo consumo de energía. Gracias a la experiencia desarrollada por la pandemia de Covid-19 con respecto al cambio de los patrones de consumo habituales como, por ejemplo, el descenso de viajes aéreos de corta distancia, las ciudades pueden ahora reevaluar sus patrones de crecimiento y consumo para el futuro próximo, con el objetivo de mitigar el cambio climático y así garantizar prosperidad y oportunidades inclusivas para todos.
A raíz de la pandemia, la salud de las personas se convierte en una prioridad de primer orden, relegando en un segundo lugar el funcionamiento económico y social de la comunidad. En áreas superpobladas con niveles de higiene inadecuados, los ayuntamientos tienen además que proporcionar infraestructura de saneamiento en los espacios públicos y mitigar los riesgos de contaminación en el transporte público. A su vez, la pandemia ha impulsado innovaciones en las ciudades, con el deseo de abrir más espacios públicos al aire libre, cerrando las calles a los automóviles para disponer de más espacio para caminar, andar, etc.
Para que todas estas transformaciones sean exitosas, y la ciudad funcione como un verdadero ecosistema, el gobierno de una ciudad dejará de ser “para los ciudadanos” para convertirse en un gobierno “con los ciudadanos”, donde los procesos de toma de decisión tengan en cuento una participación ciudadana informada, empoderada y transparente.