Fíjate que no soy yo de los que cree en esas relaciones que se hacen a través de las páginas de internet, pero me pusieron la cabeza como un bombo dos amigos, que habían encontrado dos "pibonazos" en las redes y que llevaban ya tiempo de relación y me puse al tajo.
Aunque no tengo ni idea de francés nos entendíamos en un castellano bastante fluido, ya que ella me aseguraba haber estudiado en Madrid una larga temporada.
Morenaza, en las fotos parecía esa típica mujer que suele estar al lado de futbolistas, pero me confesó que su pasión eran los caballos y la vida en el campo, respirar y pasear.
Su familia tenía viñedos en Burdeos y los vinos de la Ribera y los nuevos rosados tan pálidos de Cigales la parecían todo un descubrimiento.
Tenía dos hijos ya mayores e independientes. Les tuvo de muy joven con un abogado Parisino y ella estaba libre y sola en la vida dispuesta a viajar y a conocer a nuevas personas con quien compartir aficiones y viajes. Tenía pinta de estar forrada, pero nunca presumía de nada.
Dos meses de contacto casi diario, mucha historia que no viene al caso contar aquí y a preparar el viaje para conocernos de una vez.
A ella no la importaba volar mejor a Madrid y desde allí venir a la población donde yo había reservado una casa rural para pasar el fin de semana.
Con este frío que está haciendo me aseguré de que la casa tuviera una buena chimenea para echar los troncos mientras nos contábamos nuestras cosas con una buena copa de vino y un plato de jamón.
No quería decirla el nombre de la casa rural para que todo la pareciera novedoso y no encontrase en Google fotos de las habitaciones, ni del jacuzzi, ni de los caballos que tenía preparados para dar un paseo el sábado por la tarde.
Como yo vivo con mi madre y por supuesto no me apetecía contarla nada, la dije que los compañeros de trabajo habíamos reservado una casa rural un par de días para hacer más grupo y desconectar del ritmo diario, en contacto con la naturaleza.
Seguro que no me creyó, que son madres, pero no tontas, pero yo me quedé más liberado con esa historia inventada, no la voy a decir que he encontrado a una morenaza forrada, que tiene una clínica dental en el centro de París y que se ha enamorado por internet de un empleado de banca que escribe poemas en páginas de contactos.
A Catherine solo la dije el nombre del pueblo. El Campillo.
A las doce de la mañana del viernes se conectó a la pantalla. Elegante, pintada como me gustan a mí las mujeres. Solo dijo: "No te quiero engañar en la primera cita, pero me lleva el piloto directamente a El Campillo en el avión de mi padre". "A las dos estaré en la plaza como hemos quedado, me muero por conocerte. Adiós".
Y a las dos menos cuarto estaba yo en la plaza, con visera, botas de ganadero de dinero y pelo engominado de esos que te salen los rizos por detrás que parece que tiene uno "jarina".
-Viudo, ya estoy en la plaza pero no te veo.
-Catherine, yo estoy justo en el banco al lado de la torre.
-Viudo, aquí no hay torre, la plaza es preciosa y hay mercadillo. Dime hacía donde voy.
-Catherine, que aquí no hay mercadillo, pero donde estás.
Y oigo como pregunta a un señor como se llama el pueblo y el señor la dice El Campillo con acento andaluz y el señor que la dice de nuevo el pueblo más bonito de Huelva.
Y yo que estoy en la plaza mayor de El Campillo de Valladolid "ME CAGO EN GOOGLE".